siete

el seis de septiembre se cumplen siete años de tu partida, madre y no creo que haya un día en que yo no piense en ti, en que de alguna manera te asomes en mi mente. a veces en forma de sueños, a veces en forma de recuerdos, pero más frecuentemente en forma de gestos. tus gestos en mi rostro, en mis manos. tu manera de decir esto o aquello. a veces, frente al espejo, me sorprendo yo misma. nuestro parecido es enorme. y no.

hay muchas cosas de ti que no heredé. la paciencia, por ejemplo. cuánta de esa le tuviste a mi papá. cuánta de esa nos tuviste a todos y cada uno de tus cuatro hijos. te extraño.

desde tu partida las cosas han sido como de carrusel, momentos y experiencias encabronadamente buenas y momentos y experiencias tan de la chingada. no te gustaría saber quiénes murieron después de ti, quienes no aparecen. tampoco a quienes no buscamos o no perdonamos del todo. no te haría feliz saber que tus hijos hemos perdido un poco el contacto unos entre otros. excepto patricia y yo. pero eso te lo debemos a ti que mucho me pediste que viera por ella.

eso hago.

madre, me separé, enviudé, enfermé y sané. recupero lentamente la fe en mí. dejo que sanen mis heridas y mantengo la vista puesta en las cicatrices. lo que no logro, madre, lo que no voy a lograr nunca es darle otro lugar a este duelo por tu ausencia, entender que la vida es así. eso no puedo.

me haces falta, siete años y me haces falta y serán otros siete o diecisiete y me seguirás haciendo falta.

EL LIBRO DE AISHA

Después de años de escribir-no escribir, pensar-no pensar en cómo resolver este libro, helo aquí ya en esta edición corregida y aumentada. Siento que finalmente cerré un ciclo y, en ello, fortalecí los lazos con mi hermana y con la yo que un día creyó que no le tocaba escribir esto y que terminó aprendiendo que sí, que le tocaba. Porque este es también El libro de Sylvia.

Una entrevista aquí y otra aquí.

yo también tengo mi cronología del agua

mi tía Cuca sentada en la orilla de Bahía Kino mostrándome que cuando las olas llegaban solo acariciarían nuestras piernas y no nos arrastrarían hasta ahogarnos como siempre lo habría creído. mis largos baños en la casa de villa satélite, cantando y bailando y siempre arriesgando un resbalón. ¿qué cantaba? ¿cómo bailaba? no lo recuerdo. ese único baño en regadera con mis padres, desnudos los dos, supongo que para enseñarme las diferencias de la anatomía, paso de los brazos de uno a otro, tengo dos o tres años, es probable que ese sea mi primer recuerdo del agua. lo siguiente rebota como piedra en un lago: mis padres también, enseñándome que ya dentro del mar no pasa nada y yo viendo la isla de Alcatraz creyendo que estamos cerquísima de ella. todas las clases de natación a las que asistí en mi vida en todas las albercas de mi vida. el agua fría con la que bañábamos a mi hijo su papá y yo para bajarle la temperatura. el agua dentro de las tinas en las seis casas o apartamentos que he vivido en los últimos diez años. el agua caliente de mi tetera cayendo en cada taza. la helada agua del río grande mientras yo intento demostrar que puedo soportarla, mi mano agarrada de una soga, un hombre burlándose de mí y, sin embargo, cobarde de hacer lo mismo que yo. las albercas de aguas termales en Aconchi, Gila, Taos y Truth or Consequences. ese recuerdo que no es mío, pero que incluye a un niño cayéndose a la alberca y la maestra zambulléndolo y sacándolo varias veces para que pierda el miedo. mi hermana nadando en el mar. mi hijo de apenas cuatro años brincando feliz a la alberca porque era su primer clase: todos lloraban de miedo, él solo quería estar en el agua. nadar en una laguna profundísima, con unas sobrinas que no he vuelto a ver. flotar en lanchas y pequeños yates. bananas y kayaks. el mar de noche y la noctiluca a mi alrededor, mis amigas también. todas las albercas de todos los hoteles en los que alguna vez me hospedé. el vapor de un baño sauna nublándome o despejándome, ya no sé. el agua, al lado de mi buró, cada noche. mi llanto una o dos veces a la semana.

estas y todas esas instancias del agua que se han sumergido en mi memoria pero que no me ahogan.

2021, seriously?

Cuando era niña pensaba que en el año dosmil habría carros voladores. Hasta ahí llegaba mi especulación sobre el futuro. En mi cabeza de entonces nunca se me ocurrió pensar en el 2021, pero admito que me decepciona un poco pensar que aún no hay carros que vuelen. No per se, al menos.

Yo me compré un carro, no vuela, pero vuelo en él. Y no me refiero a la velocidad porque en eso soy extremadamente cuidadosa. Cuando digo vuelo en él es porque cuando me subo y tomo el volante me imagino todos los lugares a los que iré en él. Cuando acabe la pandemia, por supuesto, o cuando aprendamos a navegarla. Lo que venga primero.

En mis propósitos del 2019 estaba: viajar más. Yo solo pido que el 2021 sea bondadoso y me permita hacerlo. Ir a Hermo ida y vuelta a ver a mi Nats. Ir a Vancouver ida y vuelta a ver a mi hermana. Ir a San Antonio y de ahí a Houston para ver al hijo y a mi hermane respectivamente.

Dear 2021 I seriously want to travel. Y hacerlo en mi carro que no vuela.

ashes to ashes, funk to…

las cenizas de mi madre las tiene mi hermano. me acuerdo que mi papá quería que nos las repartiéramos y yo llevara una parte a Canadá, para mi hermana. ¿se imaginan estar frente a un oficial canadiense de inmigración y decir: this? this is my mother, or rather a bag with her ashes because…

carlos alguna vez me/nos pidió que cuando muriera echáramos sus cenizas por todo el mundo, pero yo no pude tener voz ni voto en ello. así que ni cenizas ni todo el mundo. está enterrado en su isla. y hoy, después de nueve meses de aquello, me pesa un poco no haber llevado a cabo lo que quería. en mi corazón le pedí disculpas por ello y luego se me ocurrió, ¿y si me llevo las cenizas de nuestra gata Nimona y las echo de a puñitos por todos lados?

oficial: what is that?

yo: a box

oficial: I know, but what’s in the box?

yo: ashes

oficial: ashes of…

yo: it’s complicated

extrañamiento

extraño a mi madre terriblemente.

extraño poder ver a mis amigas del trabajo un día a la semana.

extraño ir a la panadería, a saver’s, a la librería donde solía sentarme a leer un libro que no sabía si comprar o no.

extraño que mi hijo sea pequeño.

extraño a mis alumnos, extraño estar en el aula, caminar apurada de una a otra esquina del campus y decir: omg, I am too old for this y oírlos reírse.

extraño los abrazos.

extraño escribir en jvb.

extraño escribir cosas que no sean tan tristes.

extraño a es compañero de ocho años que murió hace ocho meses.

extraño acampar, y caminar varias millas en terreno silvestre.

extraño los aeropuertos, su ruido, su locura, su ansiedad. también la paz que me daba escribir mientras volaba.

extraño estar a solo una hora de diferencia.

extraño el futuro.

a veces, también, me extraño a mí.

Round

and

around

and around

and around

we go

dijo Cat Power y dijo bien.

gestionar

compré un mueble para el baño. desde que me mudé aquí me dije que necesitaba uno, y sin embargo, no hacía nada por buscarlo. y lo necesitaba, sí. pero no estaba en el tope de mis prioridades. es posible que la alexa, el hornito eléctrico o la tetera tampoco fueran prioridades y sin embargo las compré. también compré una wafflera pequeña. y eso que el baño es uno de mis sitios favoritos porque tengo una tina en la que despejo lo despejable.

hoy, tras mi fallida visita al laboratorio me fui a target: la meta era encontrar un mueble de baño. ocurrió como siempre ocurre, vi todo menos el mueble. me entró ansiedad, no podía estar demasiado tiempo en la tienda porque covid. no quería preguntar porque, por absurdo que parezca, me choca preguntar.

cuando quise llorar, lo sabía bien, no era por el mueble. sino por mi incapacidad de gestionar otras cosas.

ayuda, un mueble de baño, la vida.

señales absolutas del amor

estuve en la gran ciudad, la ciudad ruido. fui a vivir un rato en el barrio de mi madre, dije. pero en realidad fui a habitarla a ella, con ella. porque ella.

caminatas, silencios, muchas charlas. un caldo tlalpeño como madalena de proust, sonrisas y lágrimas. un pollo rostizado dando vueltas. o no.

de pronto, cuando menos lo esperaba, llegué al final de un libro y al inicio de una nueva manera de habitar mi duelo. porque los duelos, como las heridas dice Vero, no cicatrizan del todo. están ahí. supongo que se sostienen y por tanto te sostienen. o al revés.

señales absolutas del amor.

siempre que viajo, he dicho, aterrizo otra. esta vez, aterrizo yo, tan yo. por ella.

hace quince años hace diez años hace ocho años hace un año

hace quince años me enamoré y luego digamos que la cosa no fluyó. seguí con mi vida, mi hijo, mi trabajo, mi escritura. encontré a alguien más, tuve una relación de cinco años y luego ya no.

hace diez años me volví a enamorar y la cosa aunque fluyó se quedó trunca, sí como una licenciatura. me vine a vivir a la Texanía, me dediqué a estudiar, a escribir, a construir una vida en inglés para mí y para el hijo. escribí más que nunca.

hace ocho años comencé a vivir con alguien, un año después me casé y en ese inter hubo risas, viajes, hospitales, preocupaciones, duelos, más risas, más viajes, más hospitales y de pronto los que dolíamos éramos nosotros.

hace un año, por tanto, comencé a dormir sola. luego vino una separación y después eso que nada ni nadie remedia.

a veces siento que cada cierto ciclo de mi vida se sigue constituyendo como capítulos de una serie de tv. hace un mes comenzó una nueva temporada y creo que el guión, aún con la pandemia de fondo, es mejor. porque yo soy mejor. no, no mejor que nadie, mejor que yo. mejor que la yo de hace quince años.

Un Alma Cercana