30 días

voy a escribir entre seis y ocho cuartillas por día los próximos treinta días. voy a escribir entre dos y cuatro horas los próximos treinta días. voy a escribir para restaurar, para soltar, para dejar el pasado en su lugar porque quiero dejar el pasado, o una parte del pasado en su lugar. porque no puede una vivir una cuarentena y un pasado al mismo tiempo, ¿se imaginan?

voy a escribir a diario los próximos treinta días. la última vez que hice eso era 2014 y mi madre estaba en el hospital y me pagaban para eso, para escribir a diario por treinta días. ahora, ahora nadie me paga. pero la ganancia será mía. y con ello cubriré mi deuda con el presente y sí, claro, la del futuro.

voy a escribir entre seis y ocho cuartillas o más o menos. no importa, lo que importa es escribir. y si no escribo, y si un día no me sale nada o no quiero que salga nada, también voy a escribir, porque una incluso cuando no escribe, escribe.

el cielo ha estado raro

camino un día sí  y un día no por el barrio.  ayer fue  día sí. y caminando llegué a la conclusión de que el cielo ha estado raro.  o sea,  hermoso como siempre porque eso es algo que distingue a  mi texanía, pero raro. eclipses. nubes raras. colores nuevos. o al menos así me lo  pareció.

por la noche tuve mi primer social-distance gathering con tres de mis amigas escritoras. fue lindo verlas, pero fue extrañísimo hablar solo de cosas serias, de realidades profundas, de temores varios. está bien, también de eso  hay que hablar, pero estoy tan acostumbrada  a que no ellas todo siempre es risas. en algún  momento se habló de la muerte y de cómo dos de ellas han  comenzado a tocar el tema con sus hijes porque: covid. “¿cómo  le hiciste tú?” le pregunta  una a la otra, “digo, porque  ustedes tampoco son religiosos, o sí?”

“no somos”. mi amiga contestó por todas.

se habló del cielo de arcoiris para los animales que mueren. se habló de un lugar donde animales y seres  queridos la pasan  de lo  lindo.

el cielo.

yo ya no sé si soy más atea que nunca o una atea que puede descreer de todo menos del cielo (cuando digo cielo no quiero decir paraíso). me gusta pensar que las personas que amé, están ahí. flotan. son sustancia o algo. no sé si  creo que me  ven y me cuidan y  tal (aunque se lo  diga a mi hermana y a la madre de carlos todo el tiempo). es más, mejor lo digo: no creo eso.

pero me gusta pensar que están en el cielo.

y el cielo, ya dije,  ha estado raro.

entre el inventario, los cursos, la escritura y la pandemia

se  me va el tiempo como agua entre los dedos. me levanto, medito, tomo café y cuando menos pienso ya es hora de bañarme, meditar y tirarme en  la cama a leer antes de apagar la luz.

preparo clases, atiendo  juntas, edito libros, doy talleres personalizados a mi amiga Mana la  residente de casaoctavia que la pandemia nos robó. contesto correos, semi-manejo las  redes de mis dos proyectos (casaoctavia e inventario) y aunque todo suena super encantador y productivo me doy cuenta más y más que sí tengo una adicción al trabajo.

lo digo en serio.

no es una falsa humildad,  no es este un post para decirles lo magnífica y eficaz que soy, esta es mi admisión:  cuando en mi cabeza o  en mi alma las  cosas están como madeja de estambre en las manos de un  gato, enfoco mi atención  en  el trabajo. pongo toda mi atención  en ello y  me olvido de mí o me olvido de saber qué siento y por tanto evito resolver y enfrentar lo que siento.

el problema de esto, además, es que el trabajo se vuelve una forma de evasión. me evado de mí. y  ¿cómo me voy a evadir de mí si  solo vivo conmigo y para mí? porque tampoco es que mi mucha productividad me lleve a resultados, porque no. estoy en todo y no concreto mucho.

el multitasking  no es tan sano en realidad.

seguro en algún libro algún día  será  catalogado como enfermedad mental, si  no es que ya lo es.

así que,  hoy 21 de junio me prometo que mi meta los próximos 21 días será hacer  del trabajo-trabajo y dejar de lado  mi adicción a ello. dicen que los  buenos hábitos se forman  en 21 días. yo  cumplo años un día 21. nada puede ser casualidad, todo esto  deben de ser símbolos para que yo  simple  y llanamente ponga mi atención en mí y no  en  la evasión de mí.

porque entre el inventario,  los cursos, la escritura y la pandemia, yo y mi salud mental tienen  que  ser la prioridad.

Inventémonos una nueva vida, una de verdad, ¿qué te gustaría hacer en ella?

estaba buscando un email viejito porque ahí estaba un poema. una cosa llevó a otra y me topé con un email de una mujer que fue un eje en mi vida. otra cosa llevó  a otra cosa y me puse a leer nuestra correspondencia de aquella época. cuánta dulzura había. mi ingenuidad  y la suya eran tiernísimas.

en uno de esos correos, uno después de una catarsis de ambas por cuestiones laborales,  juramos renunciar un día a todo. ella dijo: “Inventémonos una nueva vida, una de verdad, ¿qué te gustaría hacer en ella?”

pero no, no nos inventamos una nueva vida, al menos no juntas.  nos inventamos en todo caso una vida con cachos de aquí y de allá. lo  hicimos de verdad, eso sí. pero eso implicó,  también, darse golpes de verdad. caerse, levantarse, caerse, hacerse como  que  no duele. seguir.

sin embargo.

sé que en aquella época a su “¿qué te gustaría hacer?” respondí que quería escribir y dar clases de escritura. hago ambas cosas. disfruto y  me pagan por ambas.

más de diez años después entiendo que no me inventé  una  nueva vida, pero mi vida se volvió de verdad (a ratos telenovelesca, pero de verdad) y lo que  quería hacer con  esa vida, lo hice, lo hago, lo estoy haciendo, lo  haré por largo tiempo.

a solas, sí. pero estoy haciendo con mi  vida lo que me gustaría hacer con mi vida.

una verdad y una mentira

Yo  no sé por qué  me hago esto. Mayo-Junio serían mis meses de nohacernada después de, no lo olvidemos, hacer  todo y más. Pero a mí me dicen, ¿quieres dar un curso de? ¿te interesa organizar un  taller de? ¿no  quieres tomar una clase con? y antes de que acabe la oración yo ya dije  sí, firmé y comencé a teclear.

Así pues, la semana pasada comencé dos cursos y  para uno de ellos, en la sesión de ayer, decidí iniciar con el viejo y gringo truco de: dinos una verdad y una mentira. Todes compartieron cosas graciosas, interesantes, otres inverosímiles y al mismo tiempo tan creíbles. Para crear  un diálogo horizontal me metí al ruedo y dije mi verdad y mi mentira:  estuve casada con un soldado  y fui a una  guerra.

Hay cosas que cuando se dicen en voz alta parecen salidas de la boca de alguien más. Me pasa todo el pinche tiempo. ¿Por qué no dije que estudié administración de empresas  y que tejo  cobijas? ¿Por qué no compartí que de niña me decían Tomasita y que odiaba la comida picante? ¿Por qué dije soldado, guerra?

Fácil: porque es pintura  fresca.

Estuve casada con un soldado  y fui a la guerra. ¿Cuál es la verdad, cuál la mentira? ¿Cuál es la más verdad  de las  verdades?

Ocurre entonces que cuando quiero mentir no  puedo, ocurre que cuando  sí toca narrar y elaborar,  just for  laughs and gigs, lo que sale de mí es una verdad incuestionable.

Así que en adelante, o aprendo a decir mentiras o a buscar mejores verdades  o me dejo  de  cosas y no vuelvo a  utilizar este ejercicio que  no  rompe hielo, rompe pelotas. Las mías, por ejemplo.

dos buenas noticias

que todavía no puedo compartir.

dos hermosas noticias.

dos regalos dentro de  todo este  caos que han sido los últimos seis meses

no, regalos no. no son regalos: son el resultado de trabajar muchísimo. y hablando de trabajar, en CasaOctavia tendremos nuevos  proyectos.

 

 

21

el de 21 tiene clarísimo que el tequila y él no se llevan bien. me llamó el otro día para contarme que tuvieron una  fiesta socialmente distante él y sus dos roommates y el vecino de arriba (o sea, su crowd de siempre desde el inicio de la pandemia). alguien llevó tequila y el de  21 dijo “not for me”.

“pero entonces, Jefa…” sí, me llama Jefa desde que tiene 15 años y no saben cuánto amo que me diga así. “entre las risas y el desmadre adivina ¿quién empezó a gritar shots, shots, shots-shots?”

él, claro.

me llama y tiene una cruda infernal. me llama y me hacer reír a carcajadas por, claro, sus pendejadas. me llama y, después de sus alcohólicas  anécdotas me  pregunta cómo estoy, qué leo, qué he comido, cómo me siento. sus preguntas no son de esas que se hacen nomás porque sí.

mi hijo espera respuestas, por eso construye  preguntas.

por eso, también, está haciendo un minor en filosofía. y le mama  Sartre. veremos por cuánto tiempo.

pero, volvamos a sus preguntas. sus  preguntas siempre son  para generar un diálogo, siempre son para  escuchar y comentar sobre lo que tengo que decir, para alivianarme por  entero.

por ejemplo, si le digo que tengo puro antojo de comida chatarra me dice: “dátela, al rato te harta y vuelves a las ensaladas”.

si le digo que tengo puro antojo de ensaladas me  dice: “pero pues un taquito de  vez en cuando no hace daño”

si  le digo que me siento triste: “me dice está bien, es normal, en estos meses fuiste a Mordor y sobreviviste, date chance”

y podría continuar con miles de ejemplos que se quedarían cortos cuando lo que yo solo trato de decir es que mi  hijo de 21  años es lo mejor de los últimos 21 años de mi vida.

mis dientes no tienen historia, dije.

una vez, hace muchos años, un hombre me tumbó la mitad de un diente. decidí hacer como que no pasó nada. qué más da un cachito menos de diente. qué más da, está  el resto:  puedo morder, puedo  sonreír, dije.

hasta que no pude ni lo uno ni lo otro.

el daño eventualmente se volvió  tan profundo que hubo que tomar medidas extremas. poner un cachito de diente postizo feo, incómodo, de otro color. un cachito de diente falso que un día se rompió.

hubo que poner un puente.

el  puente era una máscara, o más bien un ejercicio de ficción, el relato que una hace cuando le es imposible contar la verdad porque duele, porque avergüenza, porque victimiza. el puente que cubría lo que solo yo sabía. el diente no tenía historia, me convencí. pero era algo.

un secreto dental.

(mi madre decía que a los dientes hay que cuidarlos siempre, que una buena dentadura es símbolo de bienestar, salud, cuidado.)

mi secreto dental.

el  diente, o lo  que quedaba de él comenzó a molestarme la semana pasada y decidí, como cuando me lo rompieron, ignorarlo, hacer como que no pasaba nada. fingir  que el dolor era una migraña chueca.

no, no era una migraña. era ese diente que quería que yo dejara de fingir.

hoy fui al dentista y resulta  que el diente y su vecino de al lado necesitaban  endodoncias. sé más de endodoncias que de salud dental y mental. sé más  de nervios necrosanos  que de autocuidado.

sépanlo: no me dolieron  las seis inyecciones, tampoco el taladro ese, mucho menos las manos enormes y enguantadas del dentista en  mi pequeña herida boca. me dolió  saber que el remedio estuvo en  mis manos siempre, me dolió darme  cuenta  que hacer como que mis dientes no tienen historia fue otro modo de normalizar la violencia.

mis dientes sí importan  y hoy le quitaron lo que quedaba de vida a dos de ellos y me da  tristeza, me  da rabia.

pero también me da una enorme fuerza.

nadie volverá a tocar mis dientes, me he  prometido, nadie tocará mi piel, nadie va a entrar  a lastimar cualquier  rincón de mi mente jamás.

nadie, dije, nadie.

 

seis y dos

han  pasado seis meses del desborde. seis meses de mudar todo, incluída la piel. seis meses de romper un patrón, un hábito. seis meses de alejarse física, social, mental, emocionalmente de una vida.

hace seis  meses, también, que comencé a reconectar conmigo. meditando, alimentando de nuevo modo el todo: lo físico, lo social, lo mental, lo emocional, hasta lo nutricional.

son seis meses de guardar silencio y  cerrar los ojos por 5, 10, 15, 20, 25 minutos por la mañana y luego por la noche y dejar que los  pensamientos se vuelvan nubes que transitan.

seis meses de tránsito.

hoy se cumplen, también, dos meses del derrame. dos meses de cruzar esa frontera entre el antes y el después, del siempre y del nunca, del estar  y no. ya no. ya nunca.

seis y dos meses que se sienten años.

Un Alma Cercana