Viernes en la tarde.
Estoy un poco tristeconfundidaextraña en mi trabajo. Miro mi monitor tratando dencontrar respuestas. D anda por ahí también, en su escritorio, mira también su monitor ¿busca respuestas?
D también es profe, da clases de matemáticas, ¿a poco eres bioquímico? Sí. Le gustan los fractales, las teorías del caos, la investigación que implica un poco de biología, química y estadística. Vivía en Guaymas.
Ya no.
Hablamos del mar que tanto le gusta. Que tanto extraña. Su padre le ha dicho que venirse a trabajar acá es como si un ganadero se fuera a trabajar en la playa… Unos minutos más y ya estamos hablando de los padres, de los hijos, de ser padres y de ser hijos.
Luego volvimos a hablar del mar, será que a veces es más fácil hablar del mar que de la vida. Y entonces comenzó a hablarme del Mangle. El mangle es un bello árbol (bueno no sé si sea bello) que nace y crece en el mar. Es un árbol especial, en sus hojas por los efectos del sol sobre la humedad, brillan pequeños granos de sal, sal de mar. Su madera es muy resistente pues sabe convivir con el agua salada.
Una vez una plaga atacó el bosquecillo de mangles de guaymas, todo un desconcierto pues por las mismas características del árbol no lo hacen un lugar habitable y consumible por ninguna especie. Pero la sequía y la falta de vegetación llevó a esos bichos a vivir en ese lugar. Sobrevivencia. La plaga después de un tiempo, terminó con una indigestión de sal y muchos mangles vivieron para contarlo.
D continúa hablándome del mangle, y yo, lo escucho atenta. Ambos, quizá necesitamos hablar/escuchar de ese árbol, encontrar que el mundo es un lugar lleno de maravillas. Y que el ser humano puede tener algo de árbol, algo de mangle, algo de plaga, que su espíritu de sobrevivencia lo lleva a veces a tomar o a resistir determinaciones inesperadas.
La tarde voló, se evaporó la sensación que había tenido gran parte del día. Cierro mi mochila pensando que mañana será otro día.