- Choco-Krispies, Zucaritas o Rice Crispies. Los primeros dos porque decía que tenían demasiada demasiada demasiada azúcar y no era bueno para los dientes. Los últimos porque no sabían a nada. Es un misterio, entonces, cómo es que si me compraba Corn Pops, ¿qué la hacía pensar que con ellos había menos riesgo de que yo me volviera loca con el azúcar?
- Q-Tips. Decía que aunque tuvieran algodón y fueran de plástico eran malos, muy malos. “Te pueden cortar o lastimar el oído, no son recomendados,” repetía. Pasar la infancia con oídos encerados tiene sus desventajas.
- Aderezo Mil Islas. “Se puede hacer en casa revolviendo catsup y mayonesa.” “Pero no sabe igual.” “Sí, sabe igual.”
- Quick. Supongo que por las mismas razones que no compraba cereales ultra-azucarados. No entiendo, eso sí, por qué si no creía en el Quick para la leche fría en el verano sonorense, sí era capaz de hacer chocolate caliente sin importar la temporada.
- Regalos inútiles. Lo juro, todas y cada una de las cosas que mi mamá me regaló de niña, de adolescente y de adulta han sido cosas prácticas y formidables.
No sé por qué esta noche en vez de pensar en lo que hacía, en las otras múltiples cosas que la hicieron una maravillosa maestra y madre, me ha dado por pensar en esto. Supongo que una parte de mí recupera en esta lista a la mamá que ya no está y que me regañaría por haber comprado Quick, aderezo y una caja con mil Q-tips.
Soy un desastre, Mamá.
<3