¿Qué pasó con María Teresita?

Cuando estaba en la primaria había una niña que se llamaba María Teresita. María Teresita tuvo polio y estaba en silla de ruedas, estuvimos en los mismos grupos casi toda la primaria pero creo que nunca platicamos. Recuerdo que era buenísima para matemáticas, recuerdo que sus hermanas la empujaban desde casa hasta la escuela y cuando sus hermanas dejaron la primaria, era su mamá la que la traía. La mochila colgaba siempre detrás de la silla. María Teresita se peinaba con dos colitas de cada lado y era calladita, tímida. En el recreo las maestras empujaban su silla afuera del salón para que tomara el sol. Siempre había alguien que se le acercaba, que le sacaba plática, que la hacía reír. Le costaba reír a María Teresita, era de esas niñas que se tapan la boca para reír, como para no admitirse el gozo de una risa loca.

Cuando nos tocaba la cooperativa nos repartían cosas para vender a todos los del salón. Andábamos por la escuela con cajitas de Brinquitos o de Chamoys o cartoncitos de donde colgaban fritos azteca. A María Teresita le daban también algo para vender y alguien empujaba su silla hasta la cancha. María Teresita era la que más vendía. Sería por eso tal vez que una niña del salón -una rubia de nariz chatita que era muy dulce hasta que en tercer grado comenzó a juntarse con la bully más bully de la Plutarco Elías Calles- se le acercó a María Teresita y le dejó sus dulces para que ella los vendiera. Lunes, Martes, Miércoles, María Teresita estuvo vendiendo sus dulces y los de la rubia que corría por toda la escuela con sus amigas.

Recuerdo perfectamente cuando la maestra, en cuanto entramos al salón del recreo, paró a la rubia y le dijo que era una vergüenza lo que hacía, abusar de esa manera de María Teresita. Cada quien debía ser responsable de la venta de sus dulces. La maestra frente a la rubia hacía gestos, hacía movimientos que a cualquiera espantarían, recuerdo que dijo algo cómo qué tristeza yo esperaba más de ti. La rubia no dijo nada, estuvo callada todo el tiempo.

María Teresita, en cambio, lloraba y lloraba. Lloraba como reía, así, en silencio.

Hoy he pensado en ella. Me pregunto si alguna vez la operaron y pudo dejar la silla, me pregunto si alguna vez pudo dejar de cubrirse la boca para reír con toda la gana del mundo. Me pregunto qué pasó con María Teresita.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Un Alma Cercana