Yo no sé por qué me hago esto. Mayo-Junio serían mis meses de nohacernada después de, no lo olvidemos, hacer todo y más. Pero a mí me dicen, ¿quieres dar un curso de? ¿te interesa organizar un taller de? ¿no quieres tomar una clase con? y antes de que acabe la oración yo ya dije sí, firmé y comencé a teclear.
Así pues, la semana pasada comencé dos cursos y para uno de ellos, en la sesión de ayer, decidí iniciar con el viejo y gringo truco de: dinos una verdad y una mentira. Todes compartieron cosas graciosas, interesantes, otres inverosímiles y al mismo tiempo tan creíbles. Para crear un diálogo horizontal me metí al ruedo y dije mi verdad y mi mentira: estuve casada con un soldado y fui a una guerra.
Hay cosas que cuando se dicen en voz alta parecen salidas de la boca de alguien más. Me pasa todo el pinche tiempo. ¿Por qué no dije que estudié administración de empresas y que tejo cobijas? ¿Por qué no compartí que de niña me decían Tomasita y que odiaba la comida picante? ¿Por qué dije soldado, guerra?
Fácil: porque es pintura fresca.
Estuve casada con un soldado y fui a la guerra. ¿Cuál es la verdad, cuál la mentira? ¿Cuál es la más verdad de las verdades?
Ocurre entonces que cuando quiero mentir no puedo, ocurre que cuando sí toca narrar y elaborar, just for laughs and gigs, lo que sale de mí es una verdad incuestionable.
Así que en adelante, o aprendo a decir mentiras o a buscar mejores verdades o me dejo de cosas y no vuelvo a utilizar este ejercicio que no rompe hielo, rompe pelotas. Las mías, por ejemplo.