Hoy fui a leerme el tarot. No importa si creo o no, importa que fui. Ella, cabello largo, rubio y con la mirada de una mujer que ha vivido muchas vidas me preguntó mi nombre, mi fecha de nacimiento y la de mi esposo. Me sorprendió, ¿cómo podía saberlo? Comenzó a poner una carta tras otra, me dijo esto, me dijo lo otro y ahí, de inmediato salió él. Mi hermano.
Me habló de él como si ella misma lo hubiera conocido. Como si supiera todo. Me dijo que se fue en paz, que estaba preparado, me dijo que está bien. Me preguntó luego si en efecto me estoy encontrando moneditas de centavo en todos lados. Le dije que sí. Porque sí, están en todas partes, solo hoy de mi monedero salieron siete. Esas moneditas las pone él, para ti. Cada centavito es un te quiero de él para ti. Dice que no te preocupes, dice que le digas a tu hermana que la quiere, dice que está bien, que lo acompaña tu tío y una de tus abuelas.
He pasado todo el día triste, pensándolo, extrañándolo, hablándole un poco. Él me dice te quiero, lo sé porque desde el lugar en que escribo puedo ver una monedita bajo mi escritorio.