el hijo

El hijo ya llegó de Toronto. Llegó contento, llegó hablando hasta por los codos, llegó con dulces regalos. El hijo, además, llegó con un nuevo y flamante orgullo, se le llena la boca cuando habla de lo mucho que caminó solo, de lo mucho que exploró, de las tantas veces que fue y vino en metro completamente solo. El hijo se reconoce como otro, el hijo se siente otro, el hijo hace mucho dejó de ser un niño y se convierte a pocos, no en un hombre hecho y derecho como él dice, sino en un ser humano que me deslumbra a cada vuelta de palabra.

 

Mudanza Número Seis

Del 2010 para acá me he mudado más de lo que el doctor prescribe.

Primero dejé mi casa de Villa Bonita a principios del 2010 porque en ese momento yo decía, yo juraba que en el Hermosillo y Sonoro me quedaría para siempre de los siempres muy acomodada en mi casita cerca del Navarrete. Luego vino la carta texana y con ello el apuro de dejar esa casita, venderlo todotodotodo, guardar lo otro poco y meter unas cuantas cajas, maletas y novia al carro y lanzarse a la aventura. En el inter las cajas fueron reproduciéndose, las maletas también (la novia ya no estaba). Viví en un cuarto más chiquito que la palma de mi mano por seis meses.

En enero-febrero del 2011 una amiga y una familia que amo con el alma, me rentaron una casita pequeña y preciosa con mucha historia. Ahí llegó otra novia, luego el gato, después el hijo. Mi casa de techos altos y paredes blancas fueron el nido de amistades, de historias, de cariños muchos. En el momento menos pensado la novia desapareció y el hijo se volvió chico de secundaria.

Entonces llegó Barbudo con su sonrisa y su buen humor. Llegó con un nene de ocho casi nueve años bajo el brazo. Barbudo se volvió primero amigo, luego algonoséqué, después cómplice y más tarde el novio. A puntillas entraba y salía de la casa por las noches y por las mañanas. Hasta que un día dijimos: vivamos juntos pero en otro espacio.

Y vino otra mudanza. Una mudanza hecha a seis manos pero para un hogar en el que vivirían ocho manos. Cuatro manos adultas, cuatro manos no adultas. Llegamos a un departamento pequeño, barato, mal iluminado, con lluvia por dentro y una casera muy muy metiche que, vale decir, nos colocaba bendiciones en el pecho cada que podía. De ese lugar tamaño de alfiler, salieron dos libros y una tesis. De ese lugar surgió la certeza, la fortaleza. De ese departamento salí con un vestido blanco, unas flores y con el hijo, el hijistro y el novio  rumbo al ayuntamiento para casarnos. Sí, nos casamos los cuatro.

Pero en ese depa llovía mucho, mucho.

Y nos mudamos. Nos mudamos a este depa grande y bello, con una vista hermosa del presente y del pasado, del Paso y de Juárez. Un depa con una alberca que sólo el menor de nosotros utilizó como se debe. Un lugar donde aprendimos más a ser familia, un lugar donde hubo tiempo de hacer recuerdos con mi madre. Un lugar donde salieron seis, seis libros señores, y se cumplieron otros sueños.

Y ahora, nos vamos. Otra vez.

Después de que Silver City y Brownsville dijeron que no gracias, decidimos que queríamos una casa. No, no una casa propia, pues esa es una raíz que no queremos hacer. Una casa rentada pero propia al mismo tiempo, una casa no un departamento, una casa más bien un hogar. Una casa con porche y patio, una casa con duela y grandes ventanas. Una casa con una cocina blanca que mancharemos de tomate y chocolate.

Esta es la mudanza número seis y es tan extraña y cansada como la primera, tan apresurada y abrumadora como la segunda la tercera y la cuarta. Pero, lo admito, esta es la primera mudanza en la que no implica mudarse de piel, la primera mudanza en que las cajas se llenan de plenitud.

 

esta flor

florla dibujó sylvia plath. la veo y pienso en silvia zéleny. la veo y decido que es para sylvia aguilar. así que esta flor me la he tatuado para mi mamá. ¿por qué en la pantorrilla? para que mi mamá vea cómo avanzo. avanzo con ella en mí. ella que es mi flor. esta flor.

hace un año

íbamos y veníamos. era agosto. la semana acá y el fin de semana allá. largas noches en el hospital. íbamos y veníamos. viajaba mamá, para estar contigo. mi deseo, tú lo sabes bien, era que me tocara estar a mí a tu lado cuando decidieras marcharte, cuando estuvieras lista. pero no estabas lista, no te querías ir. el dolor y la pena se intensificaban en tu piel y aún así no te querías ir. yo tampoco, yo tampoco quería que te fueras, yo tampoco estaba lista. nunca se está lista, punto.

hace un año, mamá, estábamos en ese ir y venir para verte. volvíamos por la carretera como derrotados. viajábamos de vuelta esperanzados a verte antes de.

hace un año, mamá, dabas la más intensa de las batallas.

le temo al seis de septiembre. le temo a las campanas de la iglesia cerca de casa, esas esas que sonaron cuando papá escribió para decirme que ya descansabas. le temo al tiempo. le temo a tu ausencia. una nunca se hace a la ausencia.

ESTAMOS EN CONSTRUCCIÓN

imagesSirva esto para decir que si no escribo aquí es porque he estado viajando, leyendo, leyendo, viajando, caminando, recorriendo bosques y carreteras. No es que relleno baches existenciales, es que estoy pavimentando mis ideas. Dejo claros los carriles de uno y otro y otro empleo. Pongo topes para no salir volando, porque han de saberlo, a mí me da por salir volando.

Son los últimos días de semi-vacaciones, así que hay que ejercitar el músculo cerebral y prepararse para el inicio del semestre.

¿Que si qué leo? Leo sobre puntuación, sobre poesía, sobre ficción, leo sobre el renacimiento, leo sobre Emily (sí, sigo con Emily), leo sobre fotos. También leo las hojas de los árboles y las hojas del té.

My Emily

A últimas me ha surgido una curiosidad por Emily Dickinson. Estoy releyendo sus poemas, releyendo su vida. Leyendo su rostro en esa la única foto que existe. Veo la foto y luego vuelvo a las páginas, de sus poemas y de la novela Miss Emily que Nuala O’Connor ha escrito y que de una manera sutil nos acerca a esas las rarezas y bellezas de Emily.

Barbudo me dice “no agarres ideas,” cuando le leo en voz alta “I am in the habit of this house, and it is in the habit of me. We mourn each other when we are apart. And so it is folly to separate often.” Le preocupa un poco que me emilie un día y me dé por no volver a salir de casa. Le digo que no sucederá pero me cuestiono ¿de veras no sucederá? Porque hay días que soy más feliz en mi sillón, en mi cama o en mi cocina, que en cualquier otro lugar de la ciudad. Ah, la ermitañez.

enhanced-15445-1398980938-4Me intrigan las razones del ermitañismo de Emily, así que leo, la leo, la leo en sus poemas, en las páginas que sobre ella inventa O’Connor, la leo en su foto. La leo en silencio. Emily sin duda tenía algo de emo.

 

las clases del otoño

se acomodan en línea, me miran inquisitivas, están ahí a la vuelta de la esquina, ellas las clases del otoño. estaré algo así como profesora de chile, tomate y cebolla. tres cursos de composición en el community college, dos clases de escritura creativa en la universidad de texas y una clase de civilización y humanidades en strayer. lo que significa que andaré del tingo al tango entre ensayos, cuentos, poemas, pinturas y arquitectura.

no, no me estoy quejando. como repito siempre, me siento bendecida de poder trabajar en lo que más amo (sin embargo si alguien borrara ese asunto de calificar ensayos y exámenes yo sería MÁS feliz).

 

fin del comunicado.

SILENCE ALL THESE YEARS, MONTHS, DAYS

Esta mañana me he levantado a tomar café, a calificar ensayos, a subir promedios. Puse Pandora y me di el gusto de poner la estación de Kate Bush  (porque ayer fue su cumple y porque por años fue una de mis cantantes favoritas). Tons, aquí estaba yo, revisando, tecleando y de entre la selección de canciones salió esa, esa la canción de Tori Amos que oí por primera vez en el departamento de mi hermano Gerardo, Silent All These Years. Y oír a Tori fue como transportarme a ese 1996 cuando pasé un verano entero en su departamento del ajusco, con el mundo a mis pies y los cerros en mis ventanas. Ese verano cuando escuché a Tori y a Lou Reed y a Leonard Cohen y a tantos otros músicos que, no lo sabía yo, serían indispensables en mi vida. Ese verano cuando leí muchos de los libros que se escondían en su librero, autores que de momento no recuerdo pero que sé que necesitaba leer.

Esta mañana me he levantado a tomar café, a calificar ensayos, a subir promedios y todo lo que he hecho es viajar a un tiempo y un lugar en que mi hermano mayor estaba vivo, en que mi hermano mayor me hacía reír, me contaba cosas, me paseaba. Mi hermano que también me hacía llorar y rabiar. Mi hermano el que con todo y todo yo amaba con toda el alma y entendía, quiero creer aún hoy, mejor que nadie.

Cierro los ojos y lo veo. Cierro los ojos y lo escucho. Cierro los ojos y no los quiero abrir porque entonces, entonces él va a desaparecer. Otra vez.

Dorothea

De un modo u otro la fotografía siempre ha estado en mi vida. Mi hermano y mi hermana tuvieron en su momento cámaras de 35 mm y tomaron un mundanal de fotos. Mi hermano aún toma y ha expuesto aquí, allá, acullá. El padre de mi hijo es fotógrafo y con él aprendí muchísimas cosas, mi ojo comenzó a captar cosas pero sin cámara, mis imágenes se volvían párrafos, relatos, cuentos.

Años después Natalia llegó a mi vida y con ella llegaron más fotos, más imágenes, más colores. Para entonces yo ya sabía quién era Ansel Adams, Richard Avedon, Tina Modotti, Dorothea Langue, Imogen Cunningham, Edward Weston, Lola y Manuel Álvarez Bravo. Luego llegaron Abril, Omar, Louie, y todos con sus lentes me enseñaron más del detalle, de la forma, de la composición. Carlos también toma fotos, tiene una maravillosa cámara y, además, me regaló una Olympus que amo con la vida entera. Junto con él he aprendido más, he tomado las fotos que antes sólo escribía.

Todo esto para decir que estos días me he leído un libro maravilloso sobre Dorothea Lange, sí la que tomó esa maravillosa terrible foto de la madre inmigrante. Las imágenes y las palabras de Lange me lanzan a un espacio que apenas puedo describir, me han brindado una emoción que hace mucho no sentía, esa la gana de salir, explorar, hacer.