– ¿Cómo te fue en la escuela hoy?
– Bien pero el Oscar me pegó y luego me dijo tonto.
– ¿Otra vez? ¿Le dijiste a la maestra?
– Sí.
¿Cuántas veces hemos entablado ya ese mismo diálogo? Al pobre Juanantonio lo tiene frito el tal Oscar, cuando no le pega, le cambia el nombre o le hace bola con otros dos vaguitos del Kinder Yoko Ono. Desgraciadito…
El de cinco un día me dijo que se puso a gritarle Juanantonia… porque estaba junto con el Andrés (cuyo nombre en labios del tal Oscar se convirtió en Andrea) jugando en el puente con otros niños y niñas.
Qué retedifícil es ser mamá cuando pasan estas cosas, tiene una que inhalar-exhalar y aconsejar: “Dile a tu maestra” o “Recuérdale al Oscar que tu nombre es Juanantonio y que no es bonito decir esas cosas” “Dile que los amigos nunca…” cuando en realidad tiene una ganas de seguir el camino que Eurípides trazó a sus personajes y cual Hécuba mandar a los compas a ponerle buen sustito al susodicho infante nomás por andarse metiendo con tus hijos.
Bestias.
Qué dilema.
Debe uno aconsejar de la manera más modosita posible cuando en realidad se tienen ganas de decir: “Pégale, pégale, pé…”
Chale. Debo dejar de leer a los trágicos griegos.