la lejanía

Toqué el cadáver de mi madre cuando tenía diez años. En una salita del Seguro Social de Ciudad Valles, San Luis Potosí, que ahora, casi treinta años después, asumo era la morgue. Escribo toqué el cadáver de mi madre y me recuerdo poniendo mis dedos sobre su barbilla, ejerciendo una leve presión, incrédula y torpe porque jamás había estado ante un difunto; ingenua e infantil porque cuando entré a esa habitación oscura aún deseaba encontrar algo de vida en el cuerpo muerto que tenía frente a mí. Pero la piel, su piel, era ya una cosa endurecida, acartonada, una cosa que hablaba del frío, de la lejanía, de lo que no está ni estará más presente.

Sara Uribe, lea usted más aquí.

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