nunca me pasa, mi proceso de escritura no es así, pero hace poco tuve una especie de epifanía. una cosa llevó a otra y me di cuenta de que tenía entre manos una historia que contar. hice lo que hago siempre desde los últimos meses: contárselo a Barbudo y luego a dos de mis amigas más entrañables (y extrañables) sorais y rara. cada uno, a su modo, le han dado un vuelco a mi imaginación, a mí construcción de esto.
sí, escríbela porque… sí, escríbela y para hacerlo puedes… ¿has leído a…? ¿has pensado en? te mandé un texto, unas ligas, una obra, que te pueden servir.
cada uno, a su modo, me dio palmaditas en la espalda (o en la muñeca) para poder acercarme a este algo que es duro pero que no puedo no escribir.
no puedo no escribir. de ellas, las mujeres recias que. ¿será por eso el insomnio de la última semana? ¿será por ellas? los personajes y sus historias también quitan el sueño.
es raro, todo el tiempo te dicen que escribir es y tiene que ser un proceso solitario. y resulta que no, que no siempre. me gusta mi no siempre. me gusta esto de escribir algo y no hacerlo a solas.
El tiempo no es claro, todo lo confunde, revuelve los muertos, los transforma en uno, los vuelve a separar, avanza hacia atrás, retrocede al revés, gira como enun carrusel de feria, como en una jaula de laboratorio, y nos entrampa en funerales y marchas y detenciones, sin darnos ninguna certeza de continuidad o de escape. Si participamos de todo eso, tampoco. Pero las huellas del sueño han quedado en nosotros como las marcas de un combate naval destinado al fracaso.
Una de las primeras memorias que leí fue Isadora Duncan: Mi Vida. Esto ocurrió tiempo atrás, entre la secundaria y la preparatoria cuando yo era una groupie más de Antares Danza Contemporánea y, especialmente, de Adriana Castaños. Es extraño, en esa época ni pasaba por mi mente escribir, tal vez a veces sí pensaba un poco en bailar, no por nada iba a clases de danza. Pero escribir, no. Y he ahí que yo devoraba página tras página la vida de una bailarina que también escribía, escribía de sí, escribía de su familia, de sus comienzos, de esa la libertad que caracterizaba sus coreografías. No, nunca vi su Edipo Rey pero cuando, años más tarde, leí la obra, no hacía más que imaginar en cómo habría ello construido esa última escena cuando Edipo se saca los ojos. No, yo no tenía en mi mente el acto de sacarse los ojos, tenía en mi mente los gestos, el cuerpo, la mirada única de la tragedia. Supongo que ella tampoco, al crear esa escena, pensaría nunca en cómo la tragedia la iba a seguir de por vida, primero sus dos hijos, luego, ella misma. Pienso en Isadora ahora mismo porque pienso en mi madre y ella, claro ella, me regaló ese libro sin saber en que sería una de esas poquísimas extrañas lecturas juveniles que me perseguirían de por vida. Isadora dijo alguna vez, “Bailar es sentir, sentir es sufrir, sufrir es amar; ama, sufre y siente, ¡baila!” Entiendo ahora que no bailo ni bailaré nunca, entiendo ahora que escribo, bajo esta misma filosofía, “Escribir es sentir, sentir es…”
Por cierto, Amelia Gray acaba de publicar Isadora una biografía novelada de la bailarina. No tengo que decirles que muero por leerla, especialmente porque me he brincado todos los otros libros sobre Isadora porque, me decía yo entonces: ¿quién sino ella para hablar de ella? Pero en Gray confío.
Mañana comienzo oficialmente mis vacaciones, es decir, tengo todavía que ponerle un examen final a un grupo, pero tomaré esto como un hobby. Ya saben, hacerme un clamato, sentarme bajo el sol al lado de mi ventana y calificar mientras oigo a todo volumen el nuevo disco de Feist.
Mañana comienzo oficialmente mis vacaciones y aunque no tengo ni un quinto de aquí al 25 de Mayo no necesito nada más que mis libros, mis libretas, mi compu, mi Netflix (que ya está pagado) y mis gatos. El plan es dividir mi tiempo entre momentos familiares, momentos de lectura y momentos de escritura (porque heme trabajando en dos proyectos que no se van a escribir solitos).
Mañana comienzo mis vacaciones y voy a viajar a Tijuana, a Austin y voy a acampar sola, sí SOLA, dije y probar mi valentía. Porque, claro, vivo en un país donde una mujer sí puede acampar sola.
Cuando era pequeño lo llamaban Lalo. El Lalo. En casa lo llamaban Flaquito. “¿Y mi Flaquito?” recuerdo a mi papá preguntando cuando nos veía a todos sentados en la mesa listos para comer o para cenar y mi hermano no estaba ahí.
Hubo una época en la que él se llamaba a sí mismo Zelig, en honor al personaje de aquel falso documental de Woody Allen. Zelig es un hombre camaleón, un hombre que cambia su aspecto y su personalidad dependiendo con quién está. Zelig se vuelve un cantante negro, un chino restaurantero, un viejo irlandés, ya no sé qué más. Él cambia y cambia de apariencia hasta que… Hasta que.
Mi hermano, sin embargo, no era camaleónico. Mi hermano permaneció el mismo por años y años. Sus gustos no cambaban realmente, si acaso se afinaban o evolucionaban, pero en él, en él había constantes, patrones, hábitos casi religiosos. A mí hermano le gustaba:
Over five million people in America immigrated here by overstaying their visas. Almost 99 percent of them are never caught, but there is one condition: if you leave, you can’t come back. This is a kind of disappearance, a premeditated amnesia, and this essay is a recording of one face in a sea of five million. Whenever I see my grandmother’s grainy hologram on the screen, I think about how I wish she could Skype me into her tai chi lesson. I wish my grandmother could Skype me into her visits to my grandfather’s grave. I wish my grandmother could Skype me into her kitchen, her living room, her fire escape. I wish my grandmother could Skype me into her.