Ayer fue mi primera tarde libre.
No había tareas de la maestría por hacer, ni piso qué trapear (bueno sí había pero lo ignoré rotundamente).
El caso es que estaba libre.
Me preparo mi vasito de té helado.
Prendo la compu.
Me acomodo en la silla.
Abro ese documento que se llama dido (luego les digo por qué) y comienzo a revisar-escribir. Y a darle vueltas al conflicto genérico.
Porque este es un conflicto genérico.
Es un libro que comenzó como crónica. Luego me dije que eso no era crónica, que en todo caso era relato (apegándome a la definición del género que presentó llanes en alguna ocasión).
Okey, ahora hago relatos.
Luego mi otro yo (que es tanto o más necio que este yo) decidió que esos relatos tenían potencial, tenían mucho más qué decir.
Hellouu cuentos.
– ¿Qué escribes actualmente?
– Un libro de cuentos
Así, así me estaba moviendo por el mundo literario y snob de la ciudad. No soy ni mundana, ni literaria, ni snob (al menos no lo creo así, ni aquellos que me dicen que a veces la neta soy muy naca), pero esa era mi bandera: sylvia=cuentos.
Pero en esta mi tarde libre me encuentro con que ese libro de crónicas que luego fueron relatos y que después fueron cuentos se podía convertir en una novelita rara y juguetona (bestias, ¿ya los desanimé de leerla algún día?)
Ya sé, ya sé… los géneros literarios no son etapas, no son fases no son como mira este chiquito es un relato que cuando crezca se convertirá en una simpática novela. Losé. Pero no sé cómo explicarlo porque el libro y su autora han estado perdidos en los géneros, genéricamente perdidos.
El mundo literario es la mar de posibilidades.
¿Novela? ¿Relato? ¿Cuento? ¿Crónica?
Sépalabola.
En todo caso, ya sé qué responderé cuando me pregunten:
– Y tú, ¿qué escribes?
– Narrativa, escribo narrativa.
Lo bueno que con los géneros, los otros géneros, no tengo tanta bronca si no… ¿¡se imaginan?!
El caso es que me puse a trabajar en mi novela (ja, se oye muy acá eso)