UNA DE VAQUEROS

Ayer fue a recoger el asador que amablemente nos prestó y en el cual, al parecer, todos aprendimos a asar nuestra primera carne, nuestras primeras brochetas y nuestras primeras costillas. Él y yo compartimos el mismo apellido, muchísimas afinidades musicales y literarias, el gusto por el asombro que nos causa la vida cotidiana y lo mejor: una amistad de ya un montón de años.

A veces no nos vemos muy seguido, parecemos superhéroes, siempre ocupadísimos en hacer cosas para alguien más (sí, probablemente exagero); pero cuando nos vemos inevitablemente tocamos todos los temas habidos y por haber. Hablamos de nuestros hermanos, de nuestros asombros, de nuestros hallazgos. Anoche pasamos de hablar de LOST (mi nueva serie favorita y rentable) y brincar al Bartleby de Melville en un dos por tres, pasando por supuesto por anécdotas familiares que al menos a mí siempre me dejan con unas ganas enormes de reír o de llorar.

De él sólo puedo decir una cosa más: me ha contado la mejor historia de vaqueros que he escuchado en mi vida. Y si alguna vez quieren escucharla, la guardo en el bolsillo izquierdo de mi alma, todo el tiempo.

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