Leo mucho. Leo más que nunca. De veras, el 2015 y el 2016 se volvieron los años de leer-lo-que-me-da-la-gana. Uno porque ya no tomo clases y no tengo que leer lo que me dicen que tengo que leer. Dos porque ya no trabajo de sol a sol como lo hacía en el Tec donde poco tiempo tenía para leer o para tener ganas de leer.
Leo mucho. Leo más que nunca. Me voy por temas, por autoras, sí de momento sólo estoy leyendo a autoras (y si quieren saber por qué otro día les cuento). Trato de mantener mi ritmo de leer un libro por semana. No puedo ni quiero tener pretexto para no hacerlo, es por esto que lo dejé todo, ¿qué no? Es por esto que vivimos sólo con lo justo, ¿qué no? Para que yo pudiera hacer lo que más amo: leer y escribir.
No escribo mucho. Escribo menos que nunca. Pero está bien, todo está bien. En mi cabeza pululan ideas, se traman cosas, llegará el momento en que estaré lista de volver a la libreta y al teclado para escribir esa novela y escribir esa cosa rara que no tiene forma ni nombre. Sí, preparo clases, sí califico, sí veo Netflix, sí salgo y charlo y bebo café o vino con mi Barbudo. Pero…
Leo, luego existo.