El médico hizo un corte transversal, la cuchilla se deslizó suave, casi tierna, sobre la piel que se abrió lentamente. La firmeza de su mano al cortar era impecable. Luegohizo el segundo corte, esta vez perpendicular al anterior. Perfecto también.
El médico se alejó un poco de la mesa. Se cruzó de brazos, observaba con detenimiento su obra, porque para él eso era una obra. Su obra. Descubrió la boca del paciente. A él le gustaba llamarlos pacientes, aún aquí. Escuchar los gritos después de una intervención, lejos del hospital le otorgaba un placer indescriptible.
El siguiente paso venía automáticamente, Oscar salía de la oscuridad, besaba los labios del médico. Después caminaba hasta la mesa y acariciaba la superficie húmeda y deshecha del abdomen. Soltaba pies y muñecas de la víctima. A él le gustaba llamarlos víctimas. Hombres y mujeres que necesitaban un corte. Uno perfecto.