Estoy leyendo The Shaking Woman or The History of my Nerves de Siri Hustvedt. Es mi primer encuentro con una autora a quien sólo había leído en pequeños artículos. Es fascinante. Narra cómo, al dar un discurso en honor a su padre, comenzó a temblar. Su cuerpo entero un temblor incontrolable. Pero ella pudo seguir hablando, su voz no se veía afectada por aquello que se adueñaba de su cuerpo. Un cuerpo que parecía que explotaría en cuestión de segundos.
Pensé en mi ansiedad, en esta cosa rara que me habita desde hace siglos. Mi cuerpo no tiembla, no por fuera, no frente al público pero sí resuena. Tiembla por dentro. Es un cosquilleo un ir y venir de energía inexplicable. Una cosa rara que no puedo controlar. Una enfermedad que hace que todo se mueva, como un chispazo de energía no solicitada. Algo que sin embargo, por muy inconveniente que sea, nunca me ha llevado cerca de una explosión.
Leyendo a Hustvedt he descubierto que cada enfermedad tiene una cualidad como de alien, una sensación de invasión y de pérdida del control que es evidente en el lenguaje que usamos. Me pregunto, entonces, cómo será el lenguaje de mi ansiedad. Me veo de pronto como Sigourney Weaver con su octavo pasajero.
