Hace unos cinco o seis años yo estaba con el corazón doblado -pero no roto- por algún conflicto que ni recuerdo con mi pareja de esa época. Era diciembre-casi enero. Mi maestra, gurú y amiga Lucía me invitó a una ceremonia especial para despedir el año y darle la bienvenida al nuevo. Meditamos con un grupo hermoso de personas, charlamos, hicimos oración, escribimos lo que ya no queríamos y no necesitábamos en un papelito y lo quemamos en una pequeña hoguera. Luego Lucía nos repartió listones morados. La misión: pedir un deseo y amarrarlo a la muñeca izquierda. El deseo se cumpliría cuando el listón se cayera.
Hace días hace semanas hace meses quería escribir de mi listón. Quería incluir una foto y explicar lo mucho que me ha ayudado tenerlo en la muñeca, no pensaba en el deseo no cumplido sino que me ayudaba a cumplirlo, a cumplírmelo. Verlo me daba una especie de seguridad y expectativa. Es algo que de tan cursi no lo puedo explicar.
El caso es que la foto nunca la tomé. El post nunca lo escribí y hoy a las 12:10 de mediodía me he dado cuenta de que el listón se me cayó y ni siquiera sé en dónde ni cuándo. Pero sé muy bien por qué. Sonrío gustosa, sonrío traviesa. Sonrío: feliz.