HACER GÁRGARAS

Estoy leyendo una novela de Jachym Topol que se llama Gargling with Tar. Se trata de la vida de un niño en un orfanato a finales de los años sesenta en Checoslovaquia. El lugar se llama Home at Home y de Home no tiene absolutamente nada. A los niños que desobedecen, que contestan mal, que se meten en lo que no deben los obligan a hacer gárgaras con alquitrán. A los niños que, en cambio, entregan su cabeza para ser limpiados de piojos y liendres se les da un rico chocolate. Como es de esperarse, los niños buscan de una y mil maneras tener piojos y liendres, no importa que el tratamiento para quitárselas de encima sea doloroso.

Lo que importa es el chocolate.

De niña a mí nunca me hicieron hacer gárgaras con jabón, mucho menos con alquitrán. Yo no recuerdo una nalgada, no recuerdo tiempos-fuera en una esquina ni castigos en habitaciones oscuras. Y es que, bueno, yo sí viví en un Hogar en el Hogar. Yo crecí con tres hermanos, un padre y una madre que sabían del amor. Además nací al final, al final de todo, cuando todos ya estaban grandes o cansados. Supongo que tuve suerte.

Hoy tengo ganas de hacer gárgaras, de jabón, de alquitrán, de vinagre, no sé. Como si en ello  pudiera irse todo.

Lo que importa es quitarse el mal sabor.

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