Tengo un pequeñito de nueve años en casa. No es mío pero es mío. Es mío cuando se queda aquí los fines de semana, es mío cuando lo rapto para ir al cine, es mío este verano. Mi pequeñito no habla español, entiende una que otra palabrita pero la verdad es que se pierde la mitad de los chistes en casa. Por eso y porque un día lo quiero llevar a la Sonora Tierra, por eso y porque quiero que saboree erres y jotas y as que sí suenan a as, le estoy enseñando español. Yo, que odiaba enseñar español en mi otra vida, ahora me he vuelto una activista del idioma.
Ayer trabajamos con el abecedario, con números y colores. Es fascinante la forma en que dice aramillo y no amarillo. Dan ganas de no corregirlo tanto como dan ganas de que se quede así: pequeñito.