anoche cuando te fuiste a la cama te sentías de la chingada. esta mañana te sentías de la chingada y hacia mediodía, después de una acalorada discusión con el preadolescente de tu vida, te sentías aún más de la chingada. hay días así, lo sabemos, pero cuando tienes días así se te olvidan que sólo son días así y sientes que son infernales semanas, meses, años así. sientes que no has superado esa cosa de sentirse de la chingada que comenzaste a experimentar a los siete años cuando no te amaneció la Comiditas Lily-Ledy bajo tu árbol de navidad.
pero entonces. tomas el teléfono y le llamas a tu hermana. a tu hermana que nació muchos años antes que tú y que reapareció en tu vida muchos años después. le cuentas, le cuentas todo. inicias con lo principal: me siento de la chingada. y ella te escucha y ella te aconseja y ella comparte y ella con toda la empatía y el amor del mundo te dice lo que nadie puede decirte como ella. y ella con toda la valentía y la fuerza del mundo te comparte lo suyo, sus propias de la chingada que ha tenido y como que entre la acumulación de delaschingada el peso se siente menos.
cuelgas. te haces un té verde. trabajas frente a la pantalla un rato. llenas la tina de agua caliente y sales y dejas que ese sentimiento se ahogue a la chingada.
y así seca, en piyama, relajada, decides dejar las grandes decisiones para otro momento.
así que para los días de la chingada el único remedio es tu hermana mayor (puede también utilizarse una prima, una vecina, una amiga, una mamá -propia o ajena-) (pero nada, nada, nada como una charla con tu hermana mayor).