Es un artista de la cautela, se te acerca, te ronda, te transita y tú no te das cuenta. Es sigiloso, vertiginoso. A veces intuyes que está ahí, sabes que está ahí y haces como que no. Le haces saber que tú no, que contigo no. Pero no lo engañas. Nadie lo engaña. El miedo se sabe.
Te aborda de pequeña cuando no puedes dormir pensando en que esta noche, ahora sí, alguien vendrá a jalarte los pies. Te sigue en los pasos de cucarachas, ratones, alacranes, arañas. Te ronda en el mar o en el desierto, en tu cama o en la de otro. Te acecha el muy pinche.
Y la gente te dice que no lo tengas. Y la gente te dice que algo tienes que hacer para remediarlo. Y la gente te dice que peor que tener miedo es no hacer algo para resolverlo.
Pero los miedos tienen su encanto, son algo muy chic, son el pretexto para el abrazo, el apapacho, la protección de un alma con menos miedo… o sin ese miedo.