Mi ser de luz, o sea mi otra yo, ha decidido que un buen día se irá a vivir a la otra costa. Subirá y subirá hasta llegar al hermoso estado de Maryland y se instalará en Baltimore. ¿Por qué? tres razones: 1) me enamoré de la ciudad 2) me enamoré de un posgrado 3) me enamoré, punto.
No puedo explicar qué es lo que sucedió no sé si fue el tanto verde o los edificios antiquísimos o las calles empedradas o el muelle o que Poe nació ahí, sólo sé que la energía de la ciudad me decía ven, quédate. Es un terreno muy diferente a los que he visto y en los que he vivido, verdeverdeverde en primavera y verano y luego blanco blanco blanco en invierno. ¿Estoy preparada para un invierno heladísimo? no sé, especialmente considerando que soy muy friolenta. ¿Estoy lista para vivir cerca de un océano que no es mi pacífico? ni idea, pero estoy dispuesta.
Es curioso pero desde que regresé de allá en televisión y en libros la ciudad se me aparece una y otra vez. Un día un programa, otro día una película, un día más un documental. El caso es que he decidido pensar que la ciudad me llama (y si no me llama es casualidad y como de todos modos yo no creo en la casualidad…).
Mis padres lo saben, mi hijo lo sospecha. ¿Cómo nos veremos mi preadolescente y yo allá? No lo sé, pero desde el otoño comenzaré a planear otro viaje y la posibilidad de migrar. Y si las cosas no suceden como deseo seré de las que digan: siempre tendré Baltimore.