SUPONGAMOS

Que nació en un círculo muy masculino, que creció rodeada de juegos de futbol callejero, dominó, cartas, tal vez billar. Supongamos que una vez al mes viajaban todos a pescar y que ella era la encargada de ensartar la carnada en el anzuelo y que lo hacía sin asco, sin miedo como si fuera cualquier cosa menos una lombriz húmeda y pegajosa. Supongamos que los sábados, religiosamente, veía la lucha libre en tv o en vivo.

O bien.

Supongamos que nació en un círculo absolutamente normal, la cantidad proporcionada de masculinidad y feminidad. Supongamos que compartía el cuarto con tres hermanas y se metía a puntillas al cuarto de sus tres hermanos a ver sus afiches de fut, de box, de luchas. Supongamos que no odiaba los vestidos, que secretamente le gustaba verse en ellos frente al espejo pero, también secretamente, prefería los shorts a cuadros de sus hermanos y sus tenis de bota. Supongamos que aprendió a lanzar los puños antes que hacer una trenza a una muñeca.

Supongamos pues, que yo tengo qué decidir qué entorno habré de construir a este nuevo personaje que se acaba de cruzar en mi pantalla y al que quiero para una novela.

 

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