El clima arrebatado texanamente incierto le dio en la torre a los planes inmediatos de mudanza, así que no hay calentón ni hay agua por lo tanto no me he podido cambiar.
Pero hoy tenía ganas de ir, de estar.
Me levanté temprano, me desayuné a prisas, me arreglé y me lancé a mi casi-casa. Abrí cajas, maletas. Acomodé mi ropa en el clóset, ya saben, poner de nuevo la vida doblada en dos en los cajones. Barrí, acomodé libros, cuadernos. Y de pronto sucedió: la frialdad de la casa comenzó a disminuir, tuve que quitarme el suéter pues comenzó a sentirse cálido, tierno.
La casa en Arizona Avenue comenzó a sentirse propia.