Todo es un ciclo. Un ciclo que comienza y que se cierra.
El ciclo de mi breakfast club recién se cerró. Y este ciclo me gustaba tanto, tantísimo que sé que lo voy a extrañar.
En este ciclo la entrada era a las siete de la mañana y la salida a las ochoyveinte. Lunes, miércoles y viernes. En este ciclo nos reuníamos en una sala de biblioteca (¿a poco no se oye bien intelectual eso?). En este ciclo cuatro personas (que después sólo fueron tres) y yo nos sentábamos a tener una clase que, quizás, ninguno de nosotros tuvo nunca muy claramente. Quizá más importante que el análisis literario era la posibilidad de compartir, de hablar, hablar, hablar.
De escuchar.
Y en este ciclo se escuchaba de todo. Desde anécdotas de la infancia o de perros recién nacidos hasta recuento de los primos que asisten a la misma escuela. Desde consejos de moda (proporcionados no por las chicas sino por el chico más fashion de la prepa) hasta profundas quejas sobre el sistema de nuestra escuela.
Todo.
Más de diez años me separan de ese Breakfast Club, de esos tres chicos (porque uno, el momo, huyó en cuanto pudo) que llenaron mis mañanas del mejor sabor. Los ojos de la caro, las ocurrencias de la maría y el estilo (oh, my… what style!) del fofita serán lo que más extrañe el próximo semestre.
No, nunca desayunamos juntos (si acaso una vez me llevaron un café de contrabando) pero compartimos, compartimos mucho, juntos. Y este ciclo, desgraciadamente, ya se cerró.
¡Cómo no se me ocurrió reprobarlos para tenerlos de vuelta el próximo semestre!!