TOOTHLESS IN SEATTLE (or in Hermosillo, who cares the point is: toothless)

Maldita sea.

Me volvió a pasar.

La desidia se apoderó de mí, as always.

Comienzo a creer que es una inquilina que no paga renta.

La desidia me quitó la decidia (ya sé que no existe, no consulten su Pequeño Larousse), no me decidí pues y de nuevo dejé pasar el tiempo.

Pasar. Pasar.

Y ayer justo cuando estaba a punto de ponerme a comer: se me rompió otro diente, el tercero en mi vida.

Pérdida total.

Hubo que cancelar la comida con las chicas.

Hubo que hacer cita con el dentista.

Hubo que sacar (el poco) dinero del banco.

Hubo que rezar para que (el poco) dinero cubriera la cita.

El Dr. Fernando (desde ayer mi nuevo y flamante dentista) se portó de lo más amable. Me evitó los consabidos regaños y sólo dijo en voz alta y gruesa: esto fue pura desidia. Y tenía razón. Arregló, limó, curó, cuidó y colocó una pieza que por el momento no me hace ver como el miembro más chaparro de un Freak Show.

Y estoy triste, si recuerdan algún viejo post del 2003 saben entonces que tengo a thing con los dientes. Y estoy triste porque no sé cómo le voy a hacer para pagar. Y estoy triste porque me estoy cayendo a piezas y a desidia. Y estoy triste porque hay veces que quien te debe apoyar no lo hace y quien aparentemente no tendría por qué, sí está ahí (bueno, corrección: eso último no me pone tan triste).

I’m toothless. And horribly sad, a mi edad, aunque ponga la pieza perdida bajo la almohada no aparece ningún saldo a favor, es más, ni siquiera una monedita de diez pesos. Como antes.

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