QUINCEAÑERA

Alguien debió organizarnos una quinceañera, no sé cómo no se nos ocurrió. Porque cumplir quinceaños de ser tan tan cercanos a pesar de estar tan tan lejanos, no es cualquier cosa. Tal vez sean un poco más de quinceaños, probablemente tú te sepas la fecha, yo no la recuerdo ya sabes que soy muy cabezona para los detalles. De ese día recuerdo esto: fuiste el primero en leer, estabas solo en la mesa del coloquio, traías un reloj amarillo y un chaleco (verde? o el chaleco verde fue un año después?). De ese día recuerdo: yo me acerqué a ti pero tú ya sabías de mí (algo o poquito) (o tal vez nada y esa fue una línea tuya para alargar nuestra charla).

Lo que vino después de ese día fueron risas, charlas, correos, ¿cuántos correos?, toparnos en una ciudad en otra o en otra. Admitir el imán y admitir su imposibilidad. Los cambios tan drásticos y dramáticos. Los errores (generalmente míos). Los tropiezos (de esos también soy autora). Los reencuentros y la química en ellos.

Correr por esa extraña lluvia en Arizona. Caminar y señalarme la casa de López Velarde en Texas. Manejar a Tlaxcala. Recorrer el centro e inventar que yo tendría un departamento por Madero. Escribir poco o mucho, pero escribir.

Hombre, de veras que lo nuestro está para quinceañera. Cuántos años, cuánta vida.

Te dije hace poco: los lunes pienso en ti. Y hoy no es lunes pero hoy, por la tarde, para quitarme el malhumor tomé un libro que tú me regalaste y que por alguna razón no había leído. La dedicatoria dice “Al final de la carretera sabrás que siempre estaré yo” y se me dobló el corazón y vi el tiempo y eran más de quince años y entonces. Supe.

Ya toca bailar el vals. ¿Vienes o voy?

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