SE VA, SE VA (y yo, sniff, sniiiiff)

Se supone que él me conocía de pequeña. De la primaria. Yo no lo recuerdo, la verdad. Pero fue bonito que lo mencionara en la primera entrevista. La hizo más ligera, y mis nervios fueron disminuyendo. No soy buena en las entrevistas de trabajo y esa era una entrevista de trabajo.

Habrá sido la plática, mi currículum o la terrible necesidad de una maestra de literatura, pero el caso es que me contrató y se convirtió en mi jefe. Mi Jefe de Jefes.

Y si la teoría del Meza sobre los jefes es correcta (checar el blog M& M), entonces mi Jefe no era mi Jefe. Porque siempre fue un encanto. Asumo que pocos han disfrutado la maravilla de tener un jefe en cuya oficina puedes desmontar todo tu desmadre profesional, personal, maternal, familiar, económico y sentimental, así sentadita en su mesa y con él enfrente escuchando atento, sonriente, encantador y simpático.

Lo invité a mi clase de Yoga. Y supongo que tuvieron que invitarlo ochomil personas más para decidirse a ir. Lo malo que luego se lastimó la rodilla ahí, pero a mí me consta que antes de ello logró el contorsionismo básico deseado por cualquiera.

Compartí con él muchas, muchas cosas. Ideas, proyectos, aficiones, libros, bromas… Y ahora que está a punto de dejar México, y llevarse toda la maravilla de su ser a España, no puedo sino admitir que lo voy a extrañar, snif, sniiiff. Y que aunque me gusta mucho mi jefa nueva, no podré nunca sentarme en esa mesa a compartir lo mismo que con mi Jefe de Jefes.

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