Nada. Nada parecido.
Llego y me recibe en la puerta un sonido cumbianchero, una mesa con flores, pericos y collares hawaianos. Fuentes de salsa y de chamoy, platitos con pico de gallo y con cacahuates japoneses. ¡Maui entero estaba ahí! Entre flores y colores encuentro a mi amiga, toda lacia ella y toda tirantes, toda ojos grandes y belleza tierna. Le digo: ¿qué pasó aquí? y se ríe. A nuestro alrededor sólo señoras en mesas redondas, flores del paraíso, quesos montados en charolas altas y bajas, margaritas con chile en polvo en la orillita y sombrillitas de colores. Al fondo reconozco el lugar donde hay que depositar la aportación a la bride to be: es una jaula, los sobres: naranja, amarillo, verde. Ola de colores y olores tropicales.
Lou Vega y su mambo number 5 es recordado por un tecladista con bocinas gigantes y ritmo guapachoso, solito es su propia banda. Nadie baila, nadie juega cartas. No hay señoras serias tomando café. Todo es risa fiesta copas y bla bla bla. Llegaron las fotos, conocimos a la novia dos segundos antes de sonreírle a la cámara. Me siento fuera de lugar pero igual digo cheeeese!
La música continúa, las margaritas se acaban y nos traen un vino con frutas tropicales al fondo. Hemos arrasado con el queso y con la fruta. No me siento cómoda comiendo los cacahuates japoneses con chamoy en una mesa con manteles blancos pero siglos ha que no me divertía y charlaba tanto.
Creo que se haber sabido que la moda ahora es tener despedidas sabor hawaiian punch, no me habría perdido tantas.