Los cambios siempre llegan de golpe. Bueno, no es necesario que se te atraviese un camión rojo y darse un frentazo (como Oto o como Ana), pero cuando los cambios llegan, lo hacen así: sin avisar y te toman por completo.
Tú no te lo imaginas. No tienes la mínima sospecha de que tu vida va a cambiar de entre 60 o 360 grados centígrados. No. Tú estás segura de que tu vida va a seguir así como está. Que te va a acompañar la misma gente, que vas a decir buenos días, buenas tardes y buenas noches en el mismo tono, que siempre vas a tomar café y tener esa pancita que siempre te incomoda pero por que nunca has remediado.
Y no es así.
Los cambios se lo llevan todo, o más bien, lo cambian todo. Lo giran, lo atajan, lo trastocan, lo retocan. Nada es igual. Y a nosotros, seres pequeños con ideas castañas, no nos queda más que adaptarnos, encontrarle de nuevo el sabor o degustar el nuevo sabor. Es cuestión de cerrar los ojos -por un segundo- y ver que no pasa nada.
Esto es sólo eso, un cambio.