cuando era una adolescente, medio emo, debo admitir, solía pensar que el invierno de vivaldi reflejaba perfectamente mi diario sentir una abrumadora intensidad. una manera muy desbordada de sentirlo todo: lo bueno, lo malo, lo triste, lo bello. todo.
la verdad es esta: era muy azotada.
hay otra verdad: a veces todavía lo soy.
pero. con menos frecuencia actúo por impulso. cada vez menos y menos discuto al calor del momento. ya casi nunca azoto puertas o me voy de lugares intempestivamente (tampoco es que recuerde que yo hiciera esto con demasiada frecuencia, pero de que lo llegue hacer, sí). yo, en todo caso, me encapsulo, me quedo callada. y me preguntan qué pasa y a veces digo nada y otras veces digo no me siento bien, hablamos de eso otro día, ¿sí?
luego, lo medito. a veces, lo resuelvo.
escucho en este momento la primavera de vivaldi (después de haber oído las otras estaciones en desorden) y me doy cuenta de que no soy ninguna. mi temperamento no se ajusta a las cuatro estaciones de vivaldi no more.
han sido meses duros y marzo nos cacheteó, nos arrastró de los cabellos, nos quitó lo poco que traíamos puesto y nos escupió en la cara a todos en este mundo. y, sin embargo, mi optimismo (o mi estupidez que en estos tiempos son tan parecidos) me hacen sentir que, en todo caso, estoy viviendo la primavera de sylvia.
y en mi primavera no hay violines ni oboes. en mi primavera hay una escandalosa batería, bajo, guitarra eléctrica, un teclado increíble. en mi primavera una mujer canta desde el fondo de sus pulmones, (un mix de kathleen hanna y carrie browenstein, con el cabello de amy winehouse, of course). en mi primavera uno puede sentirse triste y sonreír al mismo tiempo. en mi primavera no hay ni planes ni certezas. hay una primavera sí, lo que sea que esto signifique, y eso basta.