feliz

una o dos veces por semana, cuando apenas se asoma el sol por la ventana, en ese momentito que la alarma está por sonar pero todavía no suena y sigo en la cama, afuera de nuestro depa se escuchan sonidos. varios o uno solo que se repite desde el fondo del contenedor de basura. es un señor que viene por los botes de aluminio de soda, cerveza, agua mineral que todos los del edificio tiran.

a veces me asomo y lo veo.

a veces solo cierro los ojos y lo imagino. está de puntillas, tratando de alcanzar las bolsas, de puntillas tratando de abrirlas, de puntillas estirando su mano, tocando todos los desechos para alcanzar ese bote. un bote de aluminio es, tal vez, una diferencia en su vida, en su bolsillo, en su refrigerador.

desde el verano he comenzado a apartar mis botes de aluminio, no los echo en el contenedor, los pongo en una cajita y los dejo en el piso, justo a un lado, para que los encuentre fácilmente, para que no tenga qué. y es que en mi edificio no se separa la basura. no hay botes de reciclaje y botes de desecho. en mi edificio tampoco hay esa conciencia de que lo que nosotros tiramos puede vestir, alimentar, representar algo tangible para alguien más.

esta mañana escuché al señor. esta vez tenía una radio. sin asomarme, traté de imaginarme que era una radio pequeña en su bolsillo, algo que alguien más dejó y que él adoptó. imaginé que las pilas las compró con algo de lo que vende y recicla. de su radio se oía una canción de vicente fernández, una canción que el señor cantaba, cantaba feliz.

por un segundo yo también fui feliz. feliz con la canción, feliz con el sonido ese del bote que él aplasta con su pie y mete a su bolsa. uno, otro, otro bote. feliz.

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