El año pasado Carlos inició la tradición de los jueves de sushi. O tal vez fui yo. Who knows. Era una delicia salir de la universidad y encontrarlo estacionado, esperándome para llevarme a casa y retacarnos de cantidades titánicas. Nos sentábamos en la mesa pequeñita y chom chom chom.
El semestre pasado no hubo sushi porque él no podía comerlo y si él no podía pues yo tampoco. Además fue el semestre de la tesis…
Esta noche hemos vuelto al sushi y vaya que nos hacía falta. Han sido días con tonalidades de gris. Es increíble cómo compartir un cacho de pez con arroz te puede devolver el ánimo.