Estoy en cierre de revista, he dedicado toda la semana a hacer Fashionista en mis peores fachas, eso sí comodísima. Escribo a mil por hora porque hubo un retraso y tiene que quedar YA. Ayer me senté a la una de la tarde y no me levanté hasta las siete que me fui al gym para mover un poco el cuerpo. Volví y a las casi nueve ya estaba otra vez tecleando y tecleando. Me tomé un té negro y bueno, heme ahí que a la medianoche yo estaba como búho. No quería seguir tecleando (a esa hora como que la creatividad ya comenzaba a fallar). Me puse a reacomodar cosas en mi cuarto, doblar ropa lavada, darle sentido a mis joyeros que guardan mi colección de anillos de plata, mis arracadas de distinto tamaño y mis dijes. Podría contar una historia para cada cosa, me dije.
Luego, en el silencio de una noche de jueves, tomé un libro y comencé a leer sobre amor y enfermedad, sobre madres e hijas. Sobre la fuerza que puede existir en el pequeño cuerpo de una mujer.
Pensé en mi madre.