Cruzamos a las cuatroycacho de la tarde, yo con mi mochila, él con mi maleta. Nos detuvimos en el sitio de TAXI, ¿cuánto a la central de autobuses? Nos despedimos, un beso, un abrazo, un mecuidasamihijo. Pocas veces entro profundo en Ciudad Juárez pero cuando lo hago siempre tengo la misma sensación, entre el derrumbe y la novedad. Menos militares esta vez, más policías, menos preguntas.
Llegué a la central, a las 6 sale el camión. Espero con libro en mano: Sweet days of discipline de Fleur Jaeggy. Finalmente es hora de irse, para entonces ya está oscuro y no hay luz para leer. Me acomodo, me tomo la pastillita rosa, me acomodo esperando que al abrir los ojos estemos en casa, la otra casa.
Nada.
Cuando mucho avanzamos tres horas, tal vez cuatro y nos quedamos en Janos –siempre me ha parecido tan gracioso ese nombre: Janos, entre lépero y noséqué- lo que ocurrió es que la nieve devoró la carretera y no hubo forma alguna. Dormimos aquí, seguimos aquí, ¿iremos a vivir aquí?
La señora de al lado, que me odió cuando le dije que ese era mi asiento, ha pasado la noche y la mañana en la cafetería, cargando sus teléfonos, la veo dueñayseñora de la única conexión eléctrica disponible. La gente habla de ella. Todos la odian ya. Yo después de pagar 5 pesos para ir al baño y comprarme un Jumex me regreso al camión. Somos varios los que decidimos esperar ahí, sin frío ni expectativas. Las dos señoras de atrás, me pregunto si son amigas, si son consuegras, si son qué, se la han pasado entre la risa y la discusión. Se hablan de usted. Se quejan la una de la otra con la una y la otra “mire, ya me quitó otra vez la cobija”, “ah, cómo será quejosa, cuando va a cambiar?”, “no, yo a mi edad ya no voy a cambiar, me imagino que a la suya, menos…”. Las escucho hasta quedarme dormida.
Luego sueño.
Sueño que no acabo de pasar un fin de semana infernal con el hijo que dice que ya no quiere vivir en la texana tierra. Sueño que no siento que el corazón se me dobla cuando tengo que decirle que no, le doy razones, él está en la edad en que no existen las razones. Llora un poco, se enoja. Y lo veo perdido, tengo ganas de decirle está bien, vive allá… pero no, no lo voy a hacer, ¿me dejará de hablar hasta cumplir los 18? no lo sé pero como sea nos hablaremos a señas pero estaremos juntos, juntos en esta ciudad que tanta paz nos ha dado, juntos en este lugar donde ha crecido enormemente, juntos en este lugar donde estamos construyendo un hogar que él todavía no ve. Los dulces días de la disciplina.
Despierto del sueño que no fue sueño y seguimos aquí. El frío después de la nevada. El vacío después de una pelea. El viaje, el viaje largo de un hogar a otro. ¿Cuántos retenes, cuántas horas, cuántos kilómetros faltarán para dejar este viaje que no fue viaje?
lindo el texto.
qué cosas…