En un lugar de Texas, parte 1

de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que manejaba una hidalgo de las de lanza en astillero, adarga antigua, rocín ni tan flaco y galgo medio corredor. Un bolsillo de algo más vaca que carnero, salpicosa las más noches, quesque duelos y quebrantos los sábados, lentejas todos los días, algún bongosero de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su studio with a view. El resto della concluían sayo de ve el arte [10], calzas muy monas para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su ipod de lo más fino. Quería en su casa una ama que barriera, trapeara y cocinara y con un sobrino (guapo de preferencia) que no llegara a los cuarenta, o de perdis un mozo de campo y plaza que así ensillara el rocín, lavara el carro y de vez en cuando, ejem, la tomara de la podadera. Frisaba la edad de nuestra hidalgo los ____ años. Era de complexión recia, ya no muy seca de carnes, cachetoncita de rostro, ya no tan grande madrugadora y enemiga de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de «Quijada», o «Quesada», que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben, aunque por conjeturas verisímiles se deja entender que se llamaba «Quijana». Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración della no se salga un punto de la verdad.

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