En Hamlet, uno de los personajes más bellos es el de Ofelia. Es una doncella dulce, enamorada, una especie de estrella fugaz que aparece y se desvanece.
En una de sus primeras escenas Ofelia conversa con su hermano Laertes, quien está por irse a Francia. Laertes aconseja como el hermano mayor que es y le dice a Ofelia sobre la relación de ésta con Hamlet:
“Teme, Ofelia; teme, querida hermana; no sigas inconsiderada tu inclinación; huye del peligro, colocándote fuera del tiro de los amorosos deseos. La doncella más honesta es libre en exceso, si descubre su belleza al rayo de luna…”
Y si ahora repito lo que Laertes le dijo a Ofelia es porque pienso en mi hermana.
Pienso en cómo ninguno de nosotros fue un poco Laertes, ninguno de nosotros le dijo que huyera del peligro cuando aún podía. Nadie le dijo que se alejara del tiro. Pero, en realidad, es muy probable que ni mil Laertes hubieran podido disuadir a nuestra Ofelia.
Veinte años después me queda claro, más que claro, que mi Ofelia tenía que vivir lo que vivió, no hubiera descubierto nunca su belleza bajo la luna. Gracias a lo vivido mi Ofelia ahora dice, como la de Shakespeare, “Haber visto lo que he visto, ver lo que veo!”