NO NOS GUSTA LASTIMAR

El combate siempre dura unos cuantos segundos. Se termina cuando uno de los dos contrincantes hace el primer punto. Se trata de tocar la coronilla o cualquier parte del cuerpo entre la cadera y el cuello o bien, patadas. Cada movimiento debe ser corto y conciso, seco sin ser fuerte.

Su contrincante es menor y por más que el de siete trata de ser cuidadoso se le va un golpe y le pega en la cara. El pequeño llora, llora. El maestro lo revisa. No pasa nada. Sin embargo el niño no puede dejar de llorar. Yo no dejo de observar las reacciones de mi hijo. Observo su cara de preocupación, ese movimiento que hace cuando tiene ganas de llorar, esa forma de tocarse los ojos. De tragarse el aire para no emitir sonido o llanto alguno. Mientras el maestro habla con el pequeño, lo anima, mi hijo no encuentra qué hacer. Deseo que me mire para decirle: no te preocupes. Pero no lo hace. Se siente mal es muy notorio.

Entiendo perfectamente. He sentido eso. No, a mí tampoco me gusta lastimar. Y aunque la situación entre ésta y aquella o esa otra que me muestra como falsa contrincante es distinta, a la vez, es la misma. No nos gusta lastimar.

De nuevo a posición de combate.
Observo en Juanantonio algo que observo en mí después de una herida, la disposición de dejarse lastimar. Sus brazos ni siquiera están en posición, su cuerpo no está rígido, su mente no está preparada para ese, para esos golpes que los pequeños puños están por propinarle. Mueve sus labios apenas y adivino que le dice a su compañero: discúlpame. Éste, por supuesto, obtiene el punto.
Vence.

Mi hijo acepta, sonríe.
Descubro en él, en mí, una fragilidad indescriptible.
Que duele.
Que define.
Que destina.

Pero el de siete tiene un buen instructor. Se le acerca, le dice algo y mi pequeño asiente. En el siguiente combate es él quien anota el punto.

Llorar en una clase de karate es absurdo, muy absurdo.
Guardo mis lágrimas en las páginas del libro que cargo y las saco ahora en forma de palabras que no muestran ni un gramo siquiera todo lo que mi hijo y su alma significan.

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