Otra cama. Otras sabanas. Unos brazos, otra tibieza. Un panorama nunca antes visto. Levantarse lento, muy lento. Caminar entre zapatos y ropa, entre los restos de una larga fiesta. Buscar debajo de aquí, debajo de allá, lo propio. Vestirse apurada, silenciosamente.
Esto no sucede siempre, no así.
Recordar el temblor de anoche, el tartamudeo de anoche, las caricias de anoche, las palabras de toda la noche. Estar, ser, sentir. Permitirse abrir brazos y ojos, alma y dedos. Todo resumido en un aleteo de fragancias, besos en el cuello, cosquillas en los muslos.
No, esto no sucede siempre así.
Ahora sólo resta escurrirse. Desconfiar: no ver más allá de la nariz, más allá del azar. Quedarse con esta única vez, ésta que tiene la intensidad de muchas, de siempres. Marcharse.
No retroceder.
Y sin embargo, tampoco avanzar. Porque esta vez, se sabe bien, fue distinta.