Estamos sentados frente a la reja de la escuela, esperando a que abran. Un niño llega con su papá y lo saluda efusivamente. El de seis dice el hola más indiferente del mundo. Me extraña. Le pregunto -aquí entre nós- si no le cae bien, por qué lo saluda así. Su argumento es: “ay, mamá, es que él toma agua ¡¡de la manguera!!” Trato de no reírme ni de cometer ningún improperio y le digo: “AAAhh, bueeeeeno” con el tono más comprensivo y de afinidad que encuentro en mi bolsa.
Abren la reja, lo beso y se va.
Me voy al carro diciéndome que no quiero ni pensar qué ocurrirá cuando las niñas lo saluden efusivamente.