Pues el sábado fue el aniversario de Altanoche, así que una bola de locos-colaboradores fuimos a poner aunque sea una rolita para celebrar al programa. ¡No cabíamos en la cabina! y no es que fuéramos tantos es que la cabina es muy muy peque. Al Vichu se le veía contento, pero el más contento era el saúl porque fue el que puso más canciones y hasta alcanzó silla. Alguien llevó una botella de vino que el edgar calificó como cahuamanta porque el ingrato no estaba tibio, sino caliente. De todos modos, nos lo tomamos.
Con las gargantas tibias nos fuimos al lugar de siempre, a beber como siempre, a reír como siempre y pasarla como siempre. Sí, la caro tiene razón, si lo piensas, el Pluma es un lugar más bien miado pero tiene un encanto raro, algo difícil de explicar (¿o será que soy tan kitsch como el lugar?), está suave eso de que para donde voltees veas a gente que conoces, a gente que conociste en la universidad y no habías vuelto a ver, a gente que conoces de vista y con la que nunca te habías divertido tanto. Gente que en tu vida habías visto y terminas en franca charla con ella. Gente que nunca te había dirigido la palabra y que de repente hasta el rollo te tira. Y luego están tus amigos de siempre con los que sabes que la vas a pasar muy bien en ese pasillo entre la barra y los murales ( a pesar de que uno de ellos te confunda con el juanpedro y otro más grite como wokie toda la noche).
Nunca faltan lo que Antonio Muñoz Molina llama los borrachos misteriosos, esos personajes que llegan solos, beben como cosacos, sacan un libro o se ponen a bailar, te hablan de noséqué o se hablan a sí mismos de nosabenqué. Así como llegan, desaparecen cuando uno menos lo imagina. Y uno se queda preguntando si eso realmente sucedió. En el Pluma siempre hay de esos. Aunque quizá para ellos los misteriosos (o los verdaderos borrachos) somos todos los demás.
Por diez pesos escuchas tres canciones en la rocola, lo malo es que hay muchos diez pesos dentro de la rocola esperando turno y tus tres canciones nunca llegan y tienes que soplarte a los doors unas mil veces y a pimpinela otras cuatrocientas.
Nunca vimos que el Vichu (el meromero de altanoche)(aunque ni él se crea lo de meromero) disparara las consabidas cervezas de aniversario pero, por alguna misteriosa razón, el edgar y yo, que ni dinero llevábamos, nunca sufrimos de sed.
Sí, el sábado fue una altanoche.