Yo no escribo poesía. Le hago un bien al género y al resto del mundo. Pero leo poesía, sí señor… y este domingo me tropecé con unos haikus que me gustaron mucho… me puse a pensar, a ver cómo era la cosa: tres versos de cinco, siete y cinco sílabas cada uno. ¿Será muy difícil? No, no, pero yo no escribo poesía, me insisto. Sigo leyendo un rato más, me voy a la cocina a preparar la comida.
Cinco, siete y cinco… vueltas en la cabeza. Palabras.
Sylvia contando sílabas: no, así son ocho…
Cinco, siete y cinco… más sílabas se unen.
No lo puedo evitar.
Va, me digo, que sea un experimento. Me regreso al escritorio mientras se calienta la sopa. Nada.
Me regreso a la cocina. Pongo la mesa.
En la mente sigo repitiendo y contando. Qué jijos difícil es esto. Lo olvido y mejor transcribo a mano ese haiku que escuché y me gustó. Lo pegaré en el refri, me digo:
Hago mi casa
le pongo las ventanas
¿quién las abrirá?
¿Cómo es que algo tan sencillito a mí me dice tanto? (mi terapeuta debe tener la respuesta).
Por la noche, finalmente, logro el cinco-siete-cinco.
Tomo mi libreta y lo escribo.
Sonrío.
El domingo no se me fue invicto.