¿Qué es esto, qué es esto que se mueve? preguntaba nervioso con una carita que mostraba a todas luces su temor. Y yo, atónita, no podía ni contestarle que su diente estaba flojo y que estaba a punto de caerse. ¿Atónita? se preguntarán. Sí, atónita. Mi hijo va a mudar de dientes y no me preparé psicológicamente para ello. Y miren que no hace mucho la Mariana en el McDonald’s me mostró orgullosa el hueco en su boca y miren que no hace mucho su mamá escribió al respecto.
Yo no estaba preparada. Tuve apenas unos segundos para reaccionar, sentarme y explicarle el asunto de los dientes de leche. ¿De leche? preguntaba. Nunca me había puesto a pensar lo raro que suena eso. El de cinco comenzó a llorar. Tengo miedo, decía. Y yo le prometí monedas bajo la almohada (cortesía del ratón) y yo le prometí compras con su dinero y la maravilla de “ya estás grande”. Y durmió tranquilamente.
Pero yo, yo no dejaba de pensar en que en efecto, el tiempo es implacable y siempre nos agarra en curva cuando se trata del crecimiento de los hijos. Y de pronto, como por arte de magia, olvidé el dolor de mis dientes y me concentré en el hecho de que el de cinco, pronto será el de seis.