Anoche me llamó por teléfono y me lo dijo: ¡Ya doy vueltas!
Se veía venir. La decisión fue suya, hace unos días simplemente nos dijo: Quítenle ya las rueditas a la bici. Y lo hicimos. Resultado: trancazos varios pero ánimo inamovible.
Practicar, practicar.
Y ayer, en compañía de mi padre, el de cinco dio sus primeras vueltas (sin rueditas) en su bicicleta verde. Yo no estaba ahí porque (como recordarán) soy la discapacitada de la familia y ayer era yo toda cuello y dolor en mi cama… lejos, muy lejos de donde mi pequeño de ojos bellos pedaleaba y (oh my god!) daba vueltas y todo.
Doy vueltas, mamá… ¿cómo ves? ¿Cómo veo? Pues en ese momento no vi, no vi nada. Pero adentrito de mí vi, vi todo… Y el corazón se me llenó de gusto y orgullo. Se dice que se cayó las primeras veces pero, típico en él, se sacudió el golpe y dijo: No me debe doler, no me debe doler, y se trepó de vuelta. Así de fácil.
Hoy, al mediodía, me invitó a verlo… a ver lo que él llama su espectáculo de bicicleta: mi hijo, mi único hijo dando vueltas y vueltas con una sonrisa en la cara que nadie podría describir y que todos seguramente hemos dibujado cuando un logro.
Este, es un logro y es suyo, sólo suyo.