Ayer viernes iba a salir con mis amigas, sorry chicas que les quedé mal. Preferí quedarme en casita a calificar los chorrocientos millones de ensayos, reseñas y exámenes de mis alumnos. Bueno, no es que preferí, sino que me pareció prudente acabar con eso para hoy dedicarme a la tarea y mañana domingo a hacer absolutamente nada.
Para eso de las diez de la noche comprendí que si tenía que ponerle acento a la palabra científica una vez más, me volvería loca. Apagué la lamparita del escritorio y llevé mi cuerpecito lindo al sillón de la sala, donde suelo leer. Estaba dispuesta a no leer sino a ver sólo el techo.
Pero ahí, desde el librero se asomaba. Me guiñaba. Y caí.
Me levanté, tomé Puente del cielo de Adriana Díaz Enciso y descubrí que a veces sería mejor no ser maestra, ni escritora, ni nada. A veces sólo quisiera ser lectora. Y escalar, escalar, escalar las letras, las palabras, las frases, las páginas, los libros.