Paula tiene 15 años y le gustaría que esos raspones del amor pudieran cubrirse con curitas, escribe y sueña, sueña y escribe. Su vida se ha ido llenando de anotaciones al margen, palabritas de mil colores que hablan de lo que le gusta. Todo lo que le gusta.
A Paula le da risa el ballet, pero piensa que Tchaikovsky es la onda. Toma fotos, lee novelas y dice que un día escribirá su historia familiar. Tiene un pasado irlandés, un pasado norteamericano, un presente sonorense y busca un futuro italiano (francés, chino o egipcio).
Paola tiene 16 años y le gustaría tener toda la colección de novelas de Milan Kundera, escribe y piensa, piensa y escribe. Su vida se ha ido llenando de discos de Radiohead, de versos de Heaney, de palabras de viento. De mucho viento.
Paola detesta el ballet, pero leyó la biografía de Tchaikovsky. Ve películas, lee novelas, hace figuras de barro y dice que un día vivirá sólo del arte. Tiene un pasado sonorense, un presente sonorense pero un futuro maravillosamente incierto.
Paula tiene el cabello negro y rizado, usa lentes como los de John Lennon, no entiende la vida sin tenis y dice que las faldas, los vestidos y las blusas con flores son innecesarias. Paola tiene el cabello negro y lacio, usa lentes de armazón negro, entiende la vida porque existen los tenis, la mezclilla y las camisetas negras.
Están en el mismo salón de clases, sentadas una junto a la otra. No han intercambiado palabras porque no se conocen. Es su primer día en la preparatoria. Fingen atención al maestro de matemáticas pero se preguntan por qué escribió matematicas, así, sin acento. Observan al resto de sus compañeros. Los otros, dicen al mismo tiempo en voz alta.
Paula y Paola se miran. Intercambian sonrisas y sus nombres. Pronto van a descubrir que sus nombres no son lo único que se parece en ellas.
A Paula le da risa el ballet, pero piensa que Tchaikovsky es la onda. Toma fotos, lee novelas y dice que un día escribirá su historia familiar. Tiene un pasado irlandés, un pasado norteamericano, un presente sonorense y busca un futuro italiano (francés, chino o egipcio).
Paola tiene 16 años y le gustaría tener toda la colección de novelas de Milan Kundera, escribe y piensa, piensa y escribe. Su vida se ha ido llenando de discos de Radiohead, de versos de Heaney, de palabras de viento. De mucho viento.
Paola detesta el ballet, pero leyó la biografía de Tchaikovsky. Ve películas, lee novelas, hace figuras de barro y dice que un día vivirá sólo del arte. Tiene un pasado sonorense, un presente sonorense pero un futuro maravillosamente incierto.
Paula tiene el cabello negro y rizado, usa lentes como los de John Lennon, no entiende la vida sin tenis y dice que las faldas, los vestidos y las blusas con flores son innecesarias. Paola tiene el cabello negro y lacio, usa lentes de armazón negro, entiende la vida porque existen los tenis, la mezclilla y las camisetas negras.
Están en el mismo salón de clases, sentadas una junto a la otra. No han intercambiado palabras porque no se conocen. Es su primer día en la preparatoria. Fingen atención al maestro de matemáticas pero se preguntan por qué escribió matematicas, así, sin acento. Observan al resto de sus compañeros. Los otros, dicen al mismo tiempo en voz alta.
Paula y Paola se miran. Intercambian sonrisas y sus nombres. Pronto van a descubrir que sus nombres no son lo único que se parece en ellas.