Voy en el chevy. Underworld en mis oídos. Cabello lacio, botitas cafés. Toda linda porque voy a un evento. Se presenta el libro del Soco. El Soco me cae bien aunque hemos hablado unas dos veces en la vida.
Doy vuelta en la Veracruz, mi plan es de ahí dar vuelta a la Yáñez.
De pronto
Ahí está.
Enorme, amarilla, dueña de sí y sitiada en mi epidermis.
Es una luna llena grande grande.
La luna no parece luna. Es un mundo.
¿Ya dije que era enorme?
Me da risa, gusto, nervios, verla. Tomo el celular. A alguien hay que decirle esto. Mi hijo no está en el asiento trasero y obviamente no tengo con quien compartir el instante.
Le llamo a Lyla. No está. Su contestadora me saluda.
Le digo: “Lyla sal donde estés, ve la luna, la luna enorme y amarilla que cuelga del cielo”. Se me ocurre que si alguien más escuchó el mensaje seguro piensa: “Con razón es una paciente”.
Por la noche, más noche, en casa, más en casa que en ningún otro lado, me acomodo para dormirme. De este lado, de este otro. No puedo pegar los ojos. Y no es porque recién vi Sexy Beast. Golpecitos a la almohada, estiramiento de colcha.
Luego.
Me doy cuenta.
Lucecita latosa en la ventana.
¿El patio del vecino? ¿Una luz del poste? ¿Una luciérnaga enorme?
¿Adivinaron? La luna, era la luna que se coló en mi ventana, juguetona, brillante, menos gorda y menos amarilla pero luna y llena. Blanca toda ella.
Me reí. Debo estar loca, me puse a reír como loca (de qué otro modo).
La luna me siguió. La luna me persigue.
Y pienso en esa rolita de los cadillacs… siguiendo la luna y su….
¿cómo iba?