EL TIEMPO PASA (y no me acuerdo de mí)

Sí, pasa.

Y un día, tenemos arrugitas debajo de los ojos. Salen más de 8 canas en un lado de la cabeza y más de 6 en el otro. Ya no es tan emocionante tomar carretera a diario para llegar al trabajo. Cargar al hijo requiere de un chaleco contra hernias. El ex es un tipo agradable a punto de convertirse al budismo zen. Escribir ya no es todo en la vida pues tiene que competir con dar clases, hacer tarea, preparar sopa de letritas, pagar el agua, la luz y asistir a las juntas del kinder. No sabes ya qué número debes teclear en el cajero, en tu computadora, en la alarma de la casa.

Pasa.

Y una noche no se puede dormir de tanto pensar en ese pendiente que debía hacerse hoy ¿o era mañana? Se sueña con pollo con champiñones y se levanta una con la duda de si cenó o no ayer, de si comió o no ayer.

El tiempo pasa y deja a su paso una estela de hombres y mujeres frágiles, que llegan a casa añorando las pantunflas y la leche tibia que preparaba mamá.

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