– Nuestra casa ya no es nueva.
Así lo anuncia el pequeño mientras comemos un rico arroz cantonés (de mi invención y con mi sazón).
– ¿Ya no?, le digo con la certeza de que su explicación iluminará mi sábado.
– No, las casas nuevas no tienen carro y nuestra casa sí. Las casas nuevas no tienen cosas adentro y nosotros tenemos tantas cosas.
– Y te molesta que no sea nueva.
Me dice que no, me repite que aquí es muy feliz aunque no haya cartoon network (al cabos que lo ve con sus abuelitos, consuela). Me dice que le gusta ver la tele en mi cuarto y jugar con la computadora que recién nos regalaron. Me dice que la cocina es muy bonita y que le gusta que ya tenemos más comida en el refri.
– Pero ya tenemos que traer al Chucho.
– No sin la barda, le digo.
– Ah sí, sí. La barda.
Vivimos de lo más felices. Es cierto que la distancia nos hace sentir que vivimos fuera de Hermosillo, pero eso tiene su encanto. Llegamos, bajamos todo nuestro arsenal de cosas del carro. Nos quitamos los zapatos. A las siete vemos los Simpson’s. Luego al baño. Luego cenamos sandwiches de atún o de cheez-wiz. Me deja ver -a disgusto, claro- una telenovela (lo admito, estoy viendo una telenovela, pero ¿a poco no verían también al primor de Plutarco Haza cada noche si pudieran?). Luego leemos un cuento. El del momento es el de Sapo y Sepo.
Y a dormir.
La casa ya no es nueva. Ahora es nuestra, la habitamos y es nuestra.