TRES GLOBOS ROJOS (y uno morado)

And I’m ashamed of running away,

From nothing real…


Kate Bush

Manuel me acompañaría, después de todo me ha acompañado ya en tantas cosas. Y esta era una de esas tareas en las que la compañía es primordial.

Pero el jueves Juanantonio me mostró un dibujo. La hoja mostraba por un lado un árbol de navidad, por el otro, tres globos (dos rojos y uno amarillo) con unas cartas colgadas de un listón. Me platicó que en su kinder unos niños de tercero (del salón amarillo) habían dejado ir unos globos con cartas a Santa. Mi tarea era soltar globos, esto no era una coincidencia y si lo era, venía aderezada de ese curioso sentido del humor que tiene el destino.

Así lo decidí. Juanantonio debía acompañarme a soltar mis fantasmas al tiempo que él soltaba sus deseos navideños. Todo lo colgaríamos en globos con alma de helio.

Compramos tres globos, tres rojos para mí y uno morado para él. A mis globos les puse un listón azul, rosa y rojo respectivamente para los tres fantasmas, que colgué hace mucho a mis hombros. Juanantonio optó por uno dorado, brillante como sus ojos.

Amarramos cartitas y nos lanzamos un baldío donde los niños suelen volar papalotes o jugar beisbol, un lugar lleno de alegria me pareció lo más adecuado. Puse una canción de Kate Bush que he escuchado de toda la vida y que apenas ese día entendí por qué.

Juanantonio dejó ir su globo (un poco apresuradamente un poco por accidente) y luego yo solté uno por uno mis globos, diciendo a mis dentros una despedida ligera y profunda a la vez, agradeciendo, aceptando, cerrando. Se fue un globo, se fue otro y para despedir al último invité a Juanantonio.

Y se fueron. Se fueron flotando en hilera uno tras otro. Lejos. Tan.

Los mirábamos marcharse cuando Juanantonio dijo, me siento triste, ya sé que ya lo dejé volar pero me siento triste. Y de pronto estaba llorando, lágrimas y lágrimas sin control. Por qué lloras, le pregunté y me dijo, no sé, no me acuerdo, no puedo dejar de llorar.

Y yo quise llorar también, soltar lágrimas y lágrimas sin control. Pero se supone que yo soy la adulta. Pero también soy muy honesta. Le admití que también me sentía triste y le dije: ¿te sirve un abrazo? Vamos a darnos un abrazo fuerte, porque somos muy fuertes, un abrazo para que tú y yo pasemos una navidad maravillosa.

Así apretados, así absorbiendo la magia uno del otro me dijo: pero tiene que haber nieve, en navidad, hay nieve. Nos reímos, de nuevo el humor, nuestro humor nos salva de la solemnidad.

Los globos apenas se veían ya, no se tardaron nada en irse, en subir… en hilera allá lejos. Bastaba dejarlos ir. Aceptar su partida. Y yo lo acepté y yo me permití llorar un poco, me sentí extraña y a la vez feliz, conmovida, fuerte. Se fueron, se fueron… y compartir eso con mi hijo fue extraordinario. Él fue a dejar sus deseos yo fui a liberar los míos, aceptando, aprendiendo del pasado y dejándolo ir para moldear mi futuro.

Nuestro futuro.

Y dejé de sentirme avergonzada.

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